Fotografía de Borges en Mundo
animal,
reserva de animales de Jorge
Cutini,
Luján, Buenos Aires,
Argentina.
En mi vida siempre hubo
tigres. Tan entretejida está la lectura con los otros hábitos de mis días que
verdaderamente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado o aquel, ya
muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguía como hechizado del otro
lado de los barrotes de hierro. A mi padre le gustaban las enciclopedias; yo
las juzgaba, estoy seguro, por las imágenes de tigres que me ofrecían. Recuerdo
ahora los de Montaner y Simón (un blanco tigre siberiano y un tigre de Bengala)
y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el que había algo de
río. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de palabras: la
famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y la definición de
Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando leí, de niño, los
Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Kahn fuera el villano de la fábula,
no el amigo del héroe. Querría recordar, y no puedo, un sinuoso tigre trazado
por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre, pero que sin duda
había visto el arquetipo del tigre. Ese tigre platónico puede buscarse en el
libro de Anita Berry, Art for Children. Se preguntará razonablemente ¿por qué
tigres y no leopardos o jaguares? Sólo puedo contestar que las manchas me
desagradan y no las rayas. Si yo escribiera leopardo en lugar de tigre, el
lector intuiría inmediatamente que estoy mintiendo. A esos tigres de la vista y
del verbo he agregado otro que me fue revelado por nuestro amigo Cuttini, en el
curioso jardín zoológico cuyo nombre es Mundo Animal y que se abstiene de
prisiones.
Este último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.
Este último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.
En Atlas (1984).
Jorge Luis Borges (Argentina,
1899 – 1986).
* Serie creada
en este blog para agrupar poemas y cuentos de Jorge Luis Borges relacionadas
con el tigre.
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