Pintura y poesía

Pintura y poesía

sábado, 31 de octubre de 2015

Sor Juana Inés de la Cruz. Pues estoy condenada.

Amor entre las ruinas
Edward Burne-Jones
Acuarela sobre papel
Colección privada

Pues estoy condenada,
Fabio, a la muerte, por decreto tuyo,
y la sentencia airada
ni la apelo, resisto ni la huyo,
óyeme, que no hay reo tan culpado
a quien el confesar le sea negado.

Porque te han informado,
dices, de que mi pecho te ha ofendido,
me has, fiero, condenado.
¿Y pueden, en tu pecho endurecido
más la noticia incierta, que no es ciencia,
que de tantas verdades la experiencia?

Si a otros crédito has dado,
Fabio, ¿por qué a tus ojos se lo niegas,
y el sentido trocado
de la ley, al cordel mi cuello entregas,
pues liberal me amplías los rigores
y avaro me restringes los favores?

Si a otros ojos he visto,
mátenme, Fabio, tus airados ojos;
si a otro cariño asisto,
asístanme implacables tus enojos;
y si otro amor del tuyo me divierte,
tú, que has sido mi vida, me des muerte.

Si a otro, alegre, he mirado,
nunca alegre me mires ni te vea;
si le hablé con agrado,
eterno desagrado en ti posea;
y si otro amor inquieta mi sentido,
sáqueseme el alma tú, que mi alma has sido.

Mas, supuesto que muero,
sin resistir a mi infeliz suerte,
que me des sólo quiero
licencia de que escoja yo mi muerte;
deja la muerte a mi elección medida,
pues en la tuya pongo yo la vida.

Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1651 – 1695)

viernes, 30 de octubre de 2015

Enrique Lihn. Si se ha de escribir correctamente poesía...

Erato, musa de la poesía
Edward John Poynter
Acuarela sobre papel
Colección privada


Si se ha de escribir correctamente poesía
no basta con sentirse desfallecer en el jardín
bajo el peso concertado del alma o lo que fuere
y del célebre crepúsculo o lo que fuere.
El corazón es pobre de vocabulario.
Su laberinto: un juego para atrasados mentales
en que da risa verlo moverse como un buey
un lector integral de novelas por entrega.
Desde el momento en que coge el violín
ni siquiera el Vals triste de Sibelius
permanece en la sala que se llena de tango.

Salvo las honrosas excepciones las poetisas uruguayas
todavía confunden la poesía con el baile
en una mórbida quinta de recreo,
o la confunden con el sexo o la confunden con la muerte.

Si se ha de escribir correctamente poesía
en cualquier caso hay que tomarlo con calma.
Lo primero de todo: sentarse y madurar.
El odio prematuro a la literatura
puede ser de utilidad para no pasar en el ejército
por maricón, pero el mismo Rimbaud
que probó que la odiaba fue un ratón de biblioteca,
y esa náusea gloriosa le vino de roerla.

Se juega al ajedrez
con las palabras hasta para aullar.
Equilibrio inestable de la tinta y la sangre
que debes mantener de un verso a otro
so pena de romperte los papeles del alma.
Muerte, locura y sueño son otras tantas piezas
de marfil y de cuerno o lo que fuere;
lo importante es moverlas en el jardín a cuadros
de manera que el peón que baila con la reina
no le perdone el menor paso en falso.

Quienes insisten en llamar a las cosas por sus nombres
como si fueran claras y sencillas
las llenan simplemente de nuevos ornamentos.
No las expresan, giran en torno al diccionario,
inutilizan más y más el lenguaje,
las llaman por sus nombres y ellas responden por sus
nombres
pero se nos desnudan en los parajes oscuros.
Discursos, oraciones, juegos de sobremesa,
todas estas cositas por las que vamos tirando.

Si se ha de escribir correctamente poesía
no estaría de más bajar un poco el tono
sin adoptar por ello un silencio monolítico
ni decidirse por la murmuración.
Es un pez o algo así lo que esperamos pescar,
algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra
y no la sombra misma ni el Leviatán entero.
Es algo que merezca recordarse
por alguna razón parecida a la nada
pero que no es la nada ni el Leviatán entero,
ni exactamente un zapato ni una dentadura postiza.

Enrique Lihn (Chile, 1929 – 1989)

jueves, 29 de octubre de 2015

Malú Urriola. XII, de Piedras Rodantes.

La partida de ajedrez
Marcel Duchamp
Óleo sobre lienzo
Museo de Arte de Filadelfia, Estados Unidos.

Hace tanto tiempo, querida amiga
acá los poetas mienten
y tus ojos son ya
un par de gorriones que se fornican
no sé dónde
reniego de la poesía
y todas estas vanalidades
la mistral ha muerto
lihn ha muerto
sólo quedamos los necios.
Recuerdas cuando nos emborrachamos
amparadas por una chimenea medio loca
tú, estás allá ahora, recordándolo todo
con un suave dejo de melancolía
la puta melancolía que has guardado
largo tiempo en el anonimato
y un sol turístico cae
sobre tu rimbombante isla en el Mediterráneo
mientras acá el sol pega
sobre cientos de cabezas hastiadas.
Ah, querida mía
los seres somos tan maleables
de ahí la distorsión a la que Hugo
intentó someter el alejandrino.

Malú Urriola (Chile, 1967)

miércoles, 28 de octubre de 2015

Oscar Castro Zúñiga. Remordimiento.

En el balcón
Pedro Lira
Óleo sobre tela
Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, Chile.

Casa de mi compadre Rosendo Montes, 
donde hasta el viento baila de punta y taco
donde el día se pone faja de flores
y se le ve a la luna blanco de refajo.

Casa de mi compadre, donde las hembras
cantan que “la esperanza nunca se pierde”.
Allí ríen los vinos, trina la espuela
y hasta el sauce es un huaso de poncho verde.

Quinta de mi compadre, donde la higuera
tiene una estera fresca sobre los suelos
 y su fronda se ensancha como una  clueca
que empollara canciones y juramentos.

Yo he alojado en la casa de mi compadre
cuando el universo llega  topeando quinchas
y el trueno se derrumba desde los Andes
como un potro que rompe riendas y cinchas.

Y he besado una boca bajo su techo,
boca roja de vinos y de tonadas,
sin saber en la sombra cuál era el pecho
ni cual la carne tibia que se me daba.

Y he partido en el alba como un bandido,
cuando clava el lucero su fría espuela,
con el alma llagada por un cuchillo
implacable y desnudo de la vergüenza.

Casa de mi compadre Rosendo Montes,
no volveré a bajarme frente a tu vara,
porque me acusaron dos ojos de hombre,
y los ojos castaños de mi ahijada.

Oscar Castro Zúñiga (Chile, 1910 – 1947)

martes, 27 de octubre de 2015

Jaime Sabines. La luna.

Escena de invierno en la luz de la luna
Henry Farrer
Acuarela y gouache sobre papel
Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Estados Unidos.

La luna se puede tomar a cucharadas 
o como una cápsula cada dos horas. 
Es buena como hipnótico y sedante 
y también alivia 
a los que se han intoxicado de filosofía. 
Un pedazo de luna en el bolsillo 
es mejor amuleto que la pata de conejo: 
sirve para encontrar a quien se ama, 
para ser rico sin que lo sepa nadie 
y para alejar a los médicos y las clínicas. 
Se puede dar de postre a los niños 
cuando no se han dormido, 
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos 
ayudan a bien morir. 

Pon una hoja tierna de la luna 
debajo de tu almohada 
y mirarás lo que quieras ver. 
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna 
para cuando te ahogues, 
y dale la llave de la luna 
a los presos y a los desencantados. 
Para los condenados a muerte 
y para los condenados a vida 
no hay mejor estimulante que la luna 
en dosis precisas y controladas.


Jaime Sabines (México, 1926 – 1999)

lunes, 26 de octubre de 2015

Manuel del Cabral. Islas de azúcar amarga.

Los dos estanques
Prefete Duffaut
Óleo sobre tela
Haití


¿Ves aquel mar salpicado de
islas? Cuando el huracán respira,
¡cómo tiemblan aquellas
pequeñitas Américas!

Islas: erizos de cañas,
de cañas tan ciegas que...
que en el filo que las hiere
ponen miel.

Llora diabético el árbol.
¡Como que el árbol también
ya sabe que endulza el filo
que habla inglés!

Hoy que la Tierra en la voz
ha crecido un poco más.

¡Alguien puso en las Antillas
tanta miel para su mal!

Juguetes de geografía
con que juega el Huracán...
Islas del Mar del Caribe:
no parece que fue Dios
quien las puso en ese Mar.

Hoy algo pasa en el aire.
Telegramas, y algo más.
(Por el aire de Manhattan
se ven las islas pasar).

Negrito que tiemblas triste,
tú desgranas el collar
de aquellas islas, tu boca
lo echa al viento en un cantar.

Un canto que cruza el agua,
un canto que cruza el mar,
y abre las puertas de carne
que no están de par en par.

Negrito remoto y blanco,
eres la tierra tal vez,
que sale a cantar su pena,
su pena por ser de miel.

Si con las manos que tienes
sembraste un millón de cañas:
¿De dónde te sale, di,
una canción tan amarga?

Mira tus islas de azúcar,
el mar les pone un anillo
para endulzar sus espumas,
pero les da cien caminos...

Cien caminos. Y tus islas
las echa al viento un cantar,
¡El mar les dio cien caminos
amargos com su sal!

Sube la tierra sus venas,
sangra el árbol, y algo más...
Islas de azúcar tan triste,
duele más tan dulce mal.

Juguetes de geografía
con que juega el Huracán...
Islas del Mar del Caribe:
no parece que fue Dios
quien las puso en ese Mar.

Negrito de las Antillas
que en el barrio nació ayer.
Llorando vino a la vida,
llorando se irá también.

Negrito remoto y blanco,
echa al viento tu cantar:
el que desgrana el collar
de aquellas islas que tienen
tanta miel para su mal.

Manuel del Cabral (República Dominicana, 1907 - 1999)

domingo, 25 de octubre de 2015

José de Espronceda. Canción de la muerte.

La muerte y la doncella
Patrick James Lynch
Ilustración, poster.
Irlanda

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

José de Espronceda (España, 1808 – 1842)

sábado, 24 de octubre de 2015

Miguel Hernández. 44, de Cancionero y Romancero de Ausencias.

Whiplash
Allen Bentley
Óleo sobre lienzo
Montgomery Village, Estados Unidos.

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades-

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.

Miguel Hernández (España, 1910 – 1942)

viernes, 23 de octubre de 2015

Nicanor Parra. Yo Jehová decreto.

Detalle de La creación del Sol y la Luna.
Miguel Ángel
Fresco
Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.

Yo Jehová decreto
que se termine todo de una vez
hago la cruz al sistema solar

hay que volver al útero materno
doy por finiquitada la cosa

que no se escape nadie
que se termine todo de golpe
para qué vamos a andar con rodeos

está muy bien la Guerra de Viet-Nam
está muy bien la Operación a la próstata
Yo Jehová decreto la vejez

ustedes me dan risa
ustedes me ponen los nervios de punta
sólo un cretino de nacimiento
se arrodilla a venerar una estatua

francamente no sé qué decirles
estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial
y nadie parece darse cuenta de nada

si destruyen el mundo
¿creen que yo voy a volver a crearlo?


Nicanor Parra (Chile, 1914)

jueves, 22 de octubre de 2015

Gonzalo de Berceo. El pobre caritativo (Milagros de Nuestra Señora - versos 525 a 564).

San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres.
Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, España.

V

Era un omne pobre que vivié de raziones,
non avié otras rendas nin otras furcïones
fuera quanto lavrava, esto poccas sazones:
tenié en su alzado bien poccos pepïones.

Por ganar la Gloriosa que él mucho amava,
partiélo con los pobres todo quanto ganava;
en esto contendié e en esto punnava,
por aver la su gracia su mengua oblidava.

Quando ovo est pobre d'est mundo a passar,
la Madre glorïosa vínolo combidar;
fablóli muy sabroso, queriélo falagar,
udieron la palavra todos los del logar.

«Tú mucho cobdiciest la nuestra compannía,
sopist pora ganarla bien buena maestría,
ca partiés tus almosnas, diziés Ave María,
por qué lo faziés todo yo bien lo entendía.

»Sepas que es tu cosa toda bien acabada,
ésta es en que somos la cabera jornada;
el Ite, missa est, conta que es cantada,
venida es la ora de prender la soldada.

»Yo so aquí venida por levarte comigo,
al regno de mi Fijo, que es bien tu amigo,
do se ceban los ángeles del buen candïal trigo;
a las Sanctas Virtutes plazerlis há contigo.»

Quando ovo la Gloriosa el sermón acabado,
desamparó la alma al cuerpo venturado,
prisiéronla de ángeles, un convento onrrado,
leváronla al Cielo, ¡Dios sea end laudado!

Los omnes que avién la voz ante oída,
tan aína vidieron la promesa complida:
a la Madre gloriosa que es tan comedida,
todos li rendién gracias, quisque de su partida.

Qui tal cosa udiesse serié malventurado
si de Sancta María non fuesse muy pagado,
si más no la onrrase serié desmesurado,
qui de ella se parte es muy mal engannado.

Aun más adelante queremos aguijar:
tal razón como ésta non es de destajar,
ca éstos son los árboles do devemos folgar,
en cuya sombra suelen las aves organar.

Gonzalo de Berceo (España, 1198 – aprox. 1264)

miércoles, 21 de octubre de 2015

Antonio Machado. Mis poetas.

Gonzalo de Berceo
Ilustración
Casa de los Capiteles. Logroño, España.

El primero es Gonzalo de Berceo llamado, 
Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino, 
que yendo en romería acaeció en un prado, 
y a quien los sabios pintan copiando un pergamino. 

Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María, 
y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria, 
y dijo: Mi dictado non es de juglaría; 
escrito lo tenemos; es verdadera historia. 

Su verso es dulce y grave; monótonas hileras 
de chopos invernales en donde nada brilla; 
renglones como surcos en pardas sementeras, 
y lejos, las montañas azules de Castilia. 

Él nos cuenta el repaire del romeo cansado; 
leyendo en santorales y libros de oración, 
copiando historias viejas, nos dice su dictado, 
mientras le sale afuera la luz del corazón.

Antonio Machado (España, 1875 – 1939)

martes, 20 de octubre de 2015

Francisco de Quevedo. Salmo XVII.

Palacio Real desde la estación del norte
Darío de Regoyos
Óleo sobre cartón
Colección Privada

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.

Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.

Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;


mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.

Francisco de Quevedo (España, 1580 – 1645)

lunes, 19 de octubre de 2015

Carlos Enrique Ungo. Despedida.

Dos hombres mirando la Luna
Caspar David Friedrich
Óleo sobre tela
Galería Nacional de Berlín, Alemania.

No desperdicies tu noche
              luna
no contagies con tu melancólica mirada
el puño desafiante de mi odio.

Retrocede
y llévate contigo los poemas de amor
las miradas
las caricias
los secretos
compartidos a voces y en silencio.

Déjame completar el ritual del condenado
y compartir con aquellos
              los ausentes
ese futuro que exige con premura
              su cuota de presente.

Déjame ofrecer este último poema
con la cara al sol
       y sonriente
para que luego
con el fusil al hombro y el odio en un bolsillo
me apreste a afinar la puntería.

Carlos Enrique Ungo (El Salvador, 1963)

domingo, 18 de octubre de 2015

Ángel González. ¿Cómo seré...

Autorretrato
Rembrandt
Óleo sobre tela
Museo de Arte de Indianápolis, Estados Unidos.

¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.

Ángel González (España, 1925 – 2008)

sábado, 17 de octubre de 2015

Evaristo Carriego. La vuelta de Caperucita,

Mis hermanas
Antonio Alice
Óleo sobre tela
Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina.

Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?
¡Si supieras la vida que llevamos pasada!
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto

Los menores te extrañan todavía, y los otros
verán en ti la hermana perdida que regresa:
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,
con el cariño de antes, un lugar en la mesa.

Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre.
Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre
el oculto motivo de tu distanciamiento,

ya demasiado sabes cuánto te hemos querido:
aquel día, ¿Recuerdas? Tuve un presentimiento
¡Si no te hubieras ido!

Evaristo Carriego (Argentina, 1883 – 1912)

viernes, 16 de octubre de 2015

Federico García Lorca. Pueblo.

Pueblo Blanco
Rufino Martos
Óleo sobre tela
Jaén, España.

Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!

de Poema de la Soleá

Federico García Lorca (España, 1898 – 1936)

jueves, 15 de octubre de 2015

José María Gabriel y Galán. El embargo.

La miseria
Cristóbal Rojas Poleo
Óleo sobre tela
Galería de Arte Nacional, Caracas, Venezuela.

Señol jues, pasi usté más alanti 
    y que entrin tos esos,
    no le dé a usté ansia
    no le dé a usté mieo...

Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!

¡Embargal, embargal los avíos,
    que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
    y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
    ya me está sobrando,
    ya me está gediendo!

Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
    y esa segureja
    y ese cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!
    ¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
    ni esa segureja
    ni ese cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
    si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
    ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
    cuatro mesis vivo
    y una nochi muerto!

¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
    porque aquí lo jinco
    delanti usté mesmo!
    Lleváisoslo todu,
    todu, menus eso,
    que esas mantas tienin
    suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
    ca ves que las güelo!...

 Señol jues, pasi usté más alanti 
    y que entrin tos esos,
    no le dé a usté ansia
    no le dé a usté mieo...

Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!

¡Embargal, embargal los avíos,
    que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
    y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
    ya me está sobrando,
    ya me está gediendo!

Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
    y esa segureja
    y ese cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!
    ¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
    ni esa segureja
    ni ese cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
    si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
    ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
    cuatro mesis vivo
    y una nochi muerto!


¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
    porque aquí lo jinco
    delanti usté mesmo!
    Lleváisoslo todu,
    todu, menus eso,
    que esas mantas tienin
    suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
    ca ves que las güelo!...

José María Gabriel y Galán (España, 1870 – 1905)

miércoles, 14 de octubre de 2015

Diego Hurtado de Mendoza. Los pensamientos de Filis.

Venus del espejo
Diego Velázquez
Óleo sobre lienzo
Galería Nacional de Londres, Inglaterra.

-¿Qué hacéis, hermosa? -Mírome a este espejo.
-¿Por qué desnuda? -Por mejor mirarme.
-¿Qué veis en vos? -Que quiero acá gozarme.
-Pues, ¿por qué no os gozáis? -No hallo aparejo.

-¿Qué os falta? -Uno que sea en amor viejo.
-Pues, ¿qué sabrá ése hacer? -Sabrá forzarme.
-¿Y cómo os forzará? -Con abrazarme,
sin esperar licencia ni consejo.

-¿Y no os resistiréis? –Muy poca cosa.
-¿Y qué tanto? -Menos que aquí lo digo,
que él me sabrá vencer si es avisado.

-¿Y si os deja por veros regurosa?
-Tenerle he yo a este tal por enemigo,
vil, necio, flojo, lacio y apocado.

Diego Hurtado de Mendoza (España, 1503 – 1575)