Gustavo Silva Núñez (Venezuela, 1980)
Pintura fotorrealista
(Los
amorosos callan.
El
amor es el silencio más fino,
el
más tembloroso, el más insoportable.
Jaime
Sabines)
Tiene el agua una
hendidura, grieta de soles,
y es el paso breve de tu
reflejo por sobre su faz.
Encandilada, risueña, se
rizan sus ondas
contra las que tu brío
hiriente se alzó para herir.
El agua tiene un velo como
de almíbar
que espera (¿y qué
espera?).
Un sueño muy enarbolado
engendra
a la última luz que sobre
los cerros resplandece.
Espera nocturna,
embelesada
con sazones y diatribas lunares.
¡Qué rubores ostenta su
labial capullo
lleno de casto verdor,
aguamarina pura,
encrespada con bucles
acuosos,
con ondas venusinas y
hermanas!
Espera el siseo que revela
la venida,
no poco parsimoniosa,
de aquel único querer y su
punzada.
Gravedad como de cera
tibia es su caer,
fuerza gravitatoria de
miembros extendidos,
tan blindados como
entregados:
Semeja su causa a la más
moribunda cordura
y a la más asolada simula
su estera.
No hay en sus ritos más
espuma que esta:
so ligereza, so ligereza,
so ligereza;
tal es su mantra. No hay
en sus gritos llamada.
Su desnudez es de agua
cual cera
en una caída lenta. ¡Y tan
lenta!
Y como que exhibe, al
caer,
como que muestra raíces
bajo las faldas.
Busca cubrirte el agua en
su quieto celo,
adornarte en ráfagas celosamente.
Su cortina se despliega,
surca éteres, lagunas,
abismos, crepúsculos,
su cortina acrisolada se
distiende...
pergamino que en ondas
florales germina:
fiera petunia, gris
crisantemo, alta begonia.
Estalactitas celan tus
campos nuestros,
anegan tus pasos, corredor
de fuentes selladas,
los que han acaecido sin
querer.
Siente ella una constante
ráfaga de locura,
una irremisible ola de
sentires, todos vastos,
todos tardíos como
tempranos, todos inmanentes
a la dote que te baña, que
te ciñe.
Traspasada por todos los
quebrantos
de la belleza más alta...
En su celo por tu brío
solo ella es admirable.
La marea se arremolina a
tu suspiro,
tuerce la cintura en un
movimiento febril,
casi acomodado a la
libertad del viento, casi;
y acompasado por la cadencia
de tu verbo
se desploma y transfigura
en criatura excelsa
en cuanto viertes una,
media, la más frágil palabra.
Pasea lenguas líquidas,
sabias, sempiternas,
sin avidez más que la de
agradarte en su rito:
Máscara de monjes antiguos
ella muestra,
con símbolos degenerados
por el tiempo,
con renuevos de almendro
nacidos verdemente
en sus bordes, sembrados
en sus pliegos,
en las grietas bailarinas
de su ropaje.
Fruto nacarado, teñido con
tinte de eras,
así se proclama su vientre
a tu roce.
He visto tu llegada, yo,
solo sustancia lejana,
solo renuencia de lo
conocido, he presenciado
la falacia de la distancia
en tu norte...
Y tus flancos son dagas de
cristal de hielo,
amenaza tu dedo toda
realidad.
La ciega tu encanto, o la
trastorna tu hueste.
Tu aceite ha ungido sus
veredas,
aqueste paladar también
moribundo,
de espesa gota ha hecho
renacer el buen lago,
de embriaguez ha tornado
la saturnina en lucero.
Suave, suave y lenta
espesura de olivo
ha surcado la infértil
tierra.
Y qué suave, suave y lenta
espesura...
El fogón encrespa los
dedos y crepita,
crepita el encierro dos
veces ensimismado.
El olor dulce de la
verdura, del apio, la cebolla,
se combina con lo amargo
del sudor de la tierra.
Un ave pía allende y la
reciente camada
del dueño pide por pronto
alimento.
Pero el agua —frondosa en
la tinaja,
fresca y recién traída,
virgen, mas ya núbil
por tu causa, por tu
causa— guarda su canto,
gira en su espera, danza
ella, dentro, danza.
Quien ha visto el girar de
su paciencia
ha conocido la estocada de
los hombres:
vagando por sus venas,
besando el poderío,
la historia de su bonanza,
la dura amabilidad
de la servidumbre. El
precio de la bondad.
Y yo, fútil sustancia que
vagarosa se piensa,
que fría, cálida, duerme y
renace, he presenciado
el filo hiriente que
huesos pudre, que vidas nace,
que engendra ríos
zaheridos, suntuosos, sin retorno.
Ay, mano que trasciende lo
vivido...
Primer lugar en el IV Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, agosto de 2019.
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