Vasija de prímulas y manzanas sobre una mesa.
Óleo sobre lienzo.
Paul Cézanne (Francia, 1839 - 1906).
Museo Metropolitano de Artes (Met), Nueva York, Estados Unidos.
Recuerdo
aquellas tardes de Septiembre doradas.
Recuerdo
venir mansos al establo los bueyes
pacientes
y paganos, las tardes ya pasadas
y
el provincial sosiego de desgastadas leyes.
Un
pueblo de León. Viejos adobes. Lento
trajín
de un tren correo que perdía sus toses
entre
temblones álamos y un humo ceniciento
al
tiempo que en mi mano morían los adioses.
Recuerdo
aquella casa, la sala tenebrosa
con
balcones que daban a la plaza y el ruido
del
reloj, los retratos y una estampa piadosa,
un
hurón disecado y el velador dormido.
Y
en el corral, las cajas. Las manzanas reinetas
que
tenían debajo hojas de cantorales
góticos,
arrancadas vísperas y completas
de
miniados añiles en letras capitales.
Y
los blancos salterios y libros heredados
de
un tío cura muerto, ahora eran sudario
para
aquellas manzanas de virgilianos prados,
huertos
y pomaradas al pie de un santuario.
Manzanas
de Septiembre, aromadas manzanas.
Recuerdo
aquellas tardes otoñales y mías
como
una salve antigua, tristes y gregorianas.
Aquel
sentir lejano que llegarían días
en
que yo recordase, desvanecido el mundo:
la
flor de los vestidos, las hojas en las ramas
y
el chillar de los cuervos serían el profundo
y
silencioso abismo de aquellos pentagramas.
Cómo
seré yo entonces, recuerdo que pensaba
en
las doradas tardes, sin suponer siquiera
que
en aquellas manzanas tan ásperas estaba
escondido
el entonces, el será, el es y el era.
Andrés Trapiello (España, 1953).
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