¡Feliz cumpleaños, Pancho!
Charles
Darwin
Caricatura
El
hombre que nunca quería.
Sentía mareos de pisar la Tierra.
“Genial”, “innovador”, “apabullante”, “un titán”:
él no quería. Desde un principio
se resistió por todos los medios.
Náuseas, migrañas, hipocondrias.
La
escuela, simplemente en blanco.
Disimula, afecta mediocridad, pereza.
Los estudios: insoportables, pesados,
repulsivos,
tiempo en vano. No
comprende las matemáticas,
no retiene los clásicos, como
un cerdo ignorante
en Historia, Política y Filosofía
moral.
Se
supone que va a ser médico:
no puede ver sangre.
Lo quieren meter a cura:
no sabe latín.
Un negado. De todo se desentiende,
vacila, elude consecuencias,
le faltan codos y coraje.
El
matrimonio: un despilfarro de tiempo.
Los hijos: preferibles a un perro.
Rehúye las diversiones:
son lo peor, lo más horrible.
Y su
famosa vuelta al mundo: casi a contracorazón,
casi por error. Yace a bordo
sobre la mesa de mapas horas enteras.
Vértigo, inapetencia,
reúne pruebas, datos, muestras.
Las convicciones se las guarda.
Un buen día lee a Malthus
(por pasar el rato):
palpitaciones,
escalofríos, y en el cerebro
una tormenta eléctrica. No hay más
escapatoria. De ahí a la evolución:
nace El origen de las especies, se
desarrolla
“de manera natural”, irrefrenable,
una especie nueva de ideas, todo un proceso
de trituración del triturador, continuo,
lento, tenaz, despiadado.
Transige,
contrae matrimonio,
se retira a un pueblo sosegado,
elude viajes, visitas, riesgos:
se jubila con treinta y tres años.
Mi
mente parece que se ha mutado
en una especie de máquina que
tritura datos
y los transforma en leyes
generales.
Siete
años la Estructura y distribución de
los corales.
Veintiuno, los Hábitos y
movimientos
de las plantas trepadoras y
similares.
Ocho más para los Percebes
y demás cirrípedos
(dos tomos los vivientes, dos más los fósiles).
La
piel genera un duro cascarón
que protege al ser igual que
una armadura.
Por lo que hace al resto de mi
vida,
no tengo nada más que reseñar,
fuera de la publicación de mis libros.
Programa
diario: máximo cuatro horas
de trabajo, y visita luego al plantío.
Larga siesta, envuelto en la bufanda,
sobre el sofá. Cambiarse. Cena y velada:
alguien toca una sonata al piano.
Va
pronto a la cama. No puede dormir:
Pasaba malas noches
generalmente.
Yacía con los ojos abiertos o
se sentaba.
(A cien
leguas de allí—en línea recta—
otro inválido, de mala gana y sin reposo*
trabaja en pro de la subversión: dolencias
de hígado, náuseas, forunculosis, lacio
como una mosca, sin
sueño, martirizado
por la exorbitante deyección de
sangre.
Soy una máquina condenada a
deglutir
libros y más libros, para más
tarde
deponerlos como abono
en el estercolero de la
Historia.)
El
pobre diablo –comenta
su jardinero—
no da golpe, y se pasa los
minutos
mirando pasmado un girasol.
Si tuviera algo que hacer
no le iría tan mal.
Atrofia
dolorosa, una sensación
de estar del todo marchito
menos para la ciencia,
y es peor aún:
a ratos llego a odiarla.
No
quiere, nunca quiso, y sin embargo
inmola su vida entera a “la Naturaleza”,
y todo su vil despilfarro, sus burdas
chapuzas,
su asquerosa crueldad: de
forma metódica
como un contador, como una lombriz.
La
formación de tierra vegetal
por obra y acción de las
lombrices.
Un examen de los hábitos de
éstas.
Su importancia en la Historia
de la Tierra
es insospechable. Su
musculoso estómago
tritura la tierra. Así hacen humus a toneladas
de forma tenaz y silenciosa.
de Mausoleo. 37 baladas de la historia del
progreso (1979).