Candombe
Pedro Figari
Óleo sobre cartón
Museo Municipal Juan Manuel Blanes, Montevideo, Uruguay.
Vi, debe de haber tres días,
en las gradas de San Pedro,
en las gradas de San Pedro,
una tenebrosa boda,
porque era toda de negros.
Parecía matrimonio
concertando en el infierno,
negro esposo y negra esposa,
y negro acompañamiento.
Sospecho yo que acostados
parecerán sus dos cuerpos,
junto el uno con el otro
algodones y tintero.
hundíase de estornudos
la calle por do volvieron,
que una boda semejante
hace dar más que un pimiento.
Iban los dos de las manos,
como pudieran dos cuervos;
otros dicen como grajos,
porque a grajos van oliendo.
Con humos van de vengarse,
que siempre van de humos llenos,
de los que por afrentarlos,
hacen los labios traseros.
Iba afeitada la novia
todo el tapetado gesto,
con hollín y con carbón,
y con tinta de sombreros.
Tan pobres son que una blanca
no se halla entre todos ellos,
y por tener un cornado
casaron a este moreno.
Él se llamaba Tomé,
y ella Francisca del Puerto,
ella esclava y él esclavo,
que quiere hincársele en medio.
Llegaron al negro patio,
donde está el negro aposento,
en donde la negra boda
ha de tener negro efecto.
Era una caballeriza,
y estaban todos inquietos,
que los abrasaban pulgas
por perrengues o por perros.
A la mesa se sentaron,
donde también les pusieron
negros manteles y platos,
negra sopa y manjar negro.
Echólos la bendición
un negro veintidoseno,
con un rostro de azabache
y manos de terciopelo.
Diéronles el vino tinto,
pan entre mulato y prieto,
carbonada hubo, por ser
tizones los que comieron.
Hubo jetas en la mesa,
y en la boca de los dueños,
y hongos, por ser la boda
de hongos, según sospecho.
Trujeron muchas morcillas,
y hubo algunos que, de miedo,
no las comieron pensando
se comían a si mesmos.
Cuál por morder el mondongo
se atarazaba algún dedo,
pues sólo diferenciaban
en la uña de lo negro.
Mas cuando llegó el tocino
hubo grandes sentimientos,
y pringados con pringadas
un rato se enternecieron.
Acabaron de comer,
y entró un ministro guineo,
para darles agua manos
con un coco y un caldero.
Por toalla trujo al hombro
las bayetas de un entierro.
Laváronse, y quedó el agua
para ensuciar todo un reino.
Negros dellos se sentaron
sobre unos negros asientos,
y negras voces cantaron
también denegridos versos.
Negra es la ventura
de aquel casado,
cuya novia es negra,
y el dote en blanco.
Francisco de Quevedo (España, 1580 – 1645)
Francisco de Quevedo (España, 1580 – 1645)
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