Las costureras
Moses Soyer (Rusia/Estados Unidos, 1899 - 1974)
*Hobby Lobby es una cadena de tiendas de manualidades de los Estados Unidos.
She
tosses a bolt of fabric into the air. Hill country, prairie, a horse trots
there. I say three yards, and her eyes say more: What you need is guidance, a
hand that can zip a scissor through cloth. What you need is a picture of what
you’ve lost. To double the width against the window for the gathering, consider
where you sit in the morning. Transparency’s appealing, except it blinds us
before day’s begun. How I long to captain that table, to return in a beautiful
accent a customer’s request. My mother kneeled down against her client and cut
threads from buttons with her teeth, inquiring with a finger in the band if it
cut into the waist. Or pulled a hem down to a calf to cool a husband’s collar.
I can see this in my sleep and among notions. My bed was inches from the sewing
machine, a dress on the chair forever weeping its luminescent frays. Sleep was
the sound of insinuation, a zigzag to keep holes receptive. Or awakened by a
backstitch balling under the foot. A needle cracking? Blood on a white suit?
When my baby’s asleep I write to no one and cannot expect a response. The fit’s
poor, always. No one wears it out the door. But fashions continue to fly out of
magazines like girls out of windows. Sure, they are my sisters. Their machines,
my own. The office from which I wave to them in their descent has uneven
curtains, made with my own pink and fragile hands.
Ella
arroja un rollo de tela al aire. Zona montañosa, pradera, un caballo al trote.
Estimo que son tres yardas, pero sus ojos revelan más: Lo que necesitas es que
te guíen, una mano que pueda cerrar las tijeras en la tela. Necesitas una
imagen de lo que perdiste. Calcula el doble del ancho de la ventana, para que
se armen los pliegues. Piensa dónde es que te sientas por la mañana, aquí, (es
cierto, la transparencia es atractiva, si no fuese porque nos ciega antes de
que comience el día). Como añoro ser el capitán de esa otra mesa, repetir con
un acento hermoso la solicitud de un cliente. Mi madre corta los hilos de un
botón con los dientes, mientras se pregunta, con un dedo en la faja si está
demasiado apretado de cintura. O arrodillada junto a su cliente, ambas de cara
al espejo, bajando una basta hasta la pantorrilla para calmar las venas en los
temples de algún esposo. Lo veo en mis sueños, entre fantasías. Mi cama a
centímetros de la máquina de cocer, un vestido apoyado en la silla arrojando
los destellos de su refriega. El sueño era el sonido de la insinuación, un ziz
zag para mantener nuestros agujeros abiertos. O despertada por un remate de la
máquina de cocer, balando bajo el pedal. ¿Una aguja rota? ¿Sangre en un traje
blanco? Cuando mi bebé duerme no le escribo a nadie y no espero que me
respondan. Siempre queda mal. Nadie se lo pone para salir a la calle. Pero las
modas siguen emigrando de las revistas, como muchachas de las ventanas. Por
supuesto, ellas son mis hermanas. Sus máquinas son las mías. La oficina desde
la que me despido cuando las veo descender como cortinas chuecas hechas con mis
propias manos rosadas y frágiles.
Traducción: Paula Cucurrella
de My other tongue (Mi otra lengua), 2017.
Rosa Alcalá, Estados Unidos
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