El adiós (1944)
Alfonso Michel (México, 1897 - 1957)
Óleo sobre tela
Museo Andrés Blaisten, Ciudad de México, México.
Cada uno se despide del mundo
como puede:
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del envidiable sueño
y de la tierra:
supongamos que gorriones
y pelícanos, luciérnagas, mariposas
o tortugas con sus huevos
del color de la primavera en el hemisferio austral.
Así ha de ser nuestra despedida en esta noche
donde sólo escucharemos el canto
o más bien las lamentaciones de los grillos
como muchachas que se confunden
o gatos recién acostumbrados
a la evolución de su propia sabiduría.
Supongamos que me despido de tus labios
... . que descubrí en 1957,
cuando tú eras casi una niña, mejor dicho un ángel
de ojos inciertos como los de aquel caballo
que todavía nos mira con algo de estupor
... . y de tristeza
desde la profundidad del bosque lleno de nogales.
Cada uno se despide, ahora o nunca,
... . de la otra sombra
que algún día pudimos haber sido
con sus vicios y virtudes, su amor por la lluvia
o su debilidad por la música del cielo
cuyas estrellas desaparecen
... . sin ánimo de perjudicar a nadie
como conejos enloquecidos por la linterna del cazador.
Así ha de ser nuestra despedida, paso a paso:
adiós una vez más, entre robles de altura
muy profunda, nubes de color ámbar, cedros,
araucarias, avellanos y ardillas
... . que se ríen de nosotros
como la abuela Odilia desde su tumba de juguete:
supongamos que alguien cantará en el abismo de esta noche
donde las luciérnagas me dicen
que ya no eres una niña
y los pájaros vuelan en sentido contrario a la memoria
cuando uno se despide del mundo como puede:
me siento muy feliz, muchas gracias, eso era todo,
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del sueño indomable,
más indomable que la tierra donde algún día nacimos,
tan hermosa, el aire sólo habla del aire, y tan benigna.
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del envidiable sueño
y de la tierra:
supongamos que gorriones
y pelícanos, luciérnagas, mariposas
o tortugas con sus huevos
del color de la primavera en el hemisferio austral.
Así ha de ser nuestra despedida en esta noche
donde sólo escucharemos el canto
o más bien las lamentaciones de los grillos
como muchachas que se confunden
o gatos recién acostumbrados
a la evolución de su propia sabiduría.
Supongamos que me despido de tus labios
... . que descubrí en 1957,
cuando tú eras casi una niña, mejor dicho un ángel
de ojos inciertos como los de aquel caballo
que todavía nos mira con algo de estupor
... . y de tristeza
desde la profundidad del bosque lleno de nogales.
Cada uno se despide, ahora o nunca,
... . de la otra sombra
que algún día pudimos haber sido
con sus vicios y virtudes, su amor por la lluvia
o su debilidad por la música del cielo
cuyas estrellas desaparecen
... . sin ánimo de perjudicar a nadie
como conejos enloquecidos por la linterna del cazador.
Así ha de ser nuestra despedida, paso a paso:
adiós una vez más, entre robles de altura
muy profunda, nubes de color ámbar, cedros,
araucarias, avellanos y ardillas
... . que se ríen de nosotros
como la abuela Odilia desde su tumba de juguete:
supongamos que alguien cantará en el abismo de esta noche
donde las luciérnagas me dicen
que ya no eres una niña
y los pájaros vuelan en sentido contrario a la memoria
cuando uno se despide del mundo como puede:
me siento muy feliz, muchas gracias, eso era todo,
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del sueño indomable,
más indomable que la tierra donde algún día nacimos,
tan hermosa, el aire sólo habla del aire, y tan benigna.
Hernán Lavín Cerda (Chile, 1939).
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