Máxima velocidad de la Madonna de Rafael (1954)
Salvador Dalí (España, 1904 - 1989)
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España.
I
Veníamos en nuestros Harrier desblindados
en descenso vertical continuo
volando parados de frente
desde donde las cavernas del firmamento
absorbían corrientes curvas
de otras mentes más desapercibidas.
Veníamos a llevarnos la catedral del Cuzco
a alta mar la mansión de Dios subida arriba
de nuestro portaviones El Caravaggio.
Cuarenta anclas con cadenas de espesor
comenzaron a arrastrar la catedral
mientras levantábamos con los Harrier
por ocho costados desde los cimientos
para que pesara como un Lipchitz.
Y mientras la sacábamos del Cuzco a remolque
íbamos dejando un cráter de ancho rastro
que cabía una doble fila de ríos jordanes
hasta que metimos la catedral al mar
rodeada de boyas
y ayudados por esclusas contra mareas
la subimos a cubierta para zarpar.
Y por durante la mañana de anoche
con la catedral ya arriba de El Caravaggio
y con el mar soltando las amarras
entramos los Harrier a la nave central
y los hacíamos volar por dentro
y pasearse en el aire y como muy educados
haciéndoles visitas a los santos.
II
Ya allá desplazándonos de mar a mar
después de haber volado al filo del infinito
y desde sobre el espacio exterior
donde quedaba el cielo invisible
y de mil meses de andar solados
surcando el cautiverio de los astros
y aunque no sabíamos los que hacíamos
de nuevo dimos a fraguar la eucaristía
de subir a nuestros desasosegantes Harrier
con sensores de guía afinada y refuerzos
y llevar al fin la catedral a la desconocida
volando a muy altas descargas de iridio
y ahí sujetándola en medio de las estrellas
ver salir a Dios de sus confines
mientras metidos en la quilla de El Caravaggio
vivíamos el amor con agravantes
y hacíamos olas que se levantaban
del mar como espaldas de hombres salvajes
sacudiéndoles la vida.
Veníamos en nuestros Harrier desblindados
en descenso vertical continuo
volando parados de frente
desde donde las cavernas del firmamento
absorbían corrientes curvas
de otras mentes más desapercibidas.
Veníamos a llevarnos la catedral del Cuzco
a alta mar la mansión de Dios subida arriba
de nuestro portaviones El Caravaggio.
Cuarenta anclas con cadenas de espesor
comenzaron a arrastrar la catedral
mientras levantábamos con los Harrier
por ocho costados desde los cimientos
para que pesara como un Lipchitz.
Y mientras la sacábamos del Cuzco a remolque
íbamos dejando un cráter de ancho rastro
que cabía una doble fila de ríos jordanes
hasta que metimos la catedral al mar
rodeada de boyas
y ayudados por esclusas contra mareas
la subimos a cubierta para zarpar.
Y por durante la mañana de anoche
con la catedral ya arriba de El Caravaggio
y con el mar soltando las amarras
entramos los Harrier a la nave central
y los hacíamos volar por dentro
y pasearse en el aire y como muy educados
haciéndoles visitas a los santos.
II
Ya allá desplazándonos de mar a mar
después de haber volado al filo del infinito
y desde sobre el espacio exterior
donde quedaba el cielo invisible
y de mil meses de andar solados
surcando el cautiverio de los astros
y aunque no sabíamos los que hacíamos
de nuevo dimos a fraguar la eucaristía
de subir a nuestros desasosegantes Harrier
con sensores de guía afinada y refuerzos
y llevar al fin la catedral a la desconocida
volando a muy altas descargas de iridio
y ahí sujetándola en medio de las estrellas
ver salir a Dios de sus confines
mientras metidos en la quilla de El Caravaggio
vivíamos el amor con agravantes
y hacíamos olas que se levantaban
del mar como espaldas de hombres salvajes
sacudiéndoles la vida.
Diego Maquieira Astaburuaga (Chile, 1951).
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