La alegría de vivir
Henri Matisse
Óleo sobre lienzo
Fundación Barnes, Filadelfia Estados Unidos.
En ocasiones solemos coger la pluma
Y escribimos sobre una hoja en blanco,
Signos que dicen esto y aquello: todos los conocen,
Es un juego que tiene sus reglas.
Si viniera, en cambio, algún salvaje o loco,
Y, curioso observador, acercase sus ojos a
Una de esas hojas con su campo rúnico,
Otra imagen del mundo -extraña- ahí observaría.
Signos que dicen esto y aquello: todos los conocen,
Es un juego que tiene sus reglas.
Si viniera, en cambio, algún salvaje o loco,
Y, curioso observador, acercase sus ojos a
Una de esas hojas con su campo rúnico,
Otra imagen del mundo -extraña- ahí observaría.
Acaso un salón de mágicos retratos;
Vería la A y la B como un hombre o animal
Moverse, como los ojos, cabellos y miembros,
Allí pensativos, impulsados aquí por el instinto;
Leería como en la nieve las huellas de las cornejas,
Correría, reposaría, sufriría y volaría con ellas
Y vería trasguear entre los signos negros, fijos,
O deslizarse entre los breves trazos,
De cualquier creación las posibilidades.
Vería la A y la B como un hombre o animal
Moverse, como los ojos, cabellos y miembros,
Allí pensativos, impulsados aquí por el instinto;
Leería como en la nieve las huellas de las cornejas,
Correría, reposaría, sufriría y volaría con ellas
Y vería trasguear entre los signos negros, fijos,
O deslizarse entre los breves trazos,
De cualquier creación las posibilidades.
Vería arder el amor, el dolor contraerse,
Y se admiraría, reiría, lloraría, temblaría,
Pues tras las mejillas de aquella escritura
El mundo entero, con su ciego impulso,
Pequeño se le antojaría, embrujado, exiliado
Entre los signos que, con rígida marcha,
Avanzan prisioneros y tanto se asemejan
Que impulso vital y muerte, deseos y pesares,
Fraternizan hasta hacerse indiscernibles
Y se admiraría, reiría, lloraría, temblaría,
Pues tras las mejillas de aquella escritura
El mundo entero, con su ciego impulso,
Pequeño se le antojaría, embrujado, exiliado
Entre los signos que, con rígida marcha,
Avanzan prisioneros y tanto se asemejan
Que impulso vital y muerte, deseos y pesares,
Fraternizan hasta hacerse indiscernibles
Gritos de intolerable angustia lanzaría
Finalmente el salvaje, atizaría el fuego y,
Entre golpes de frente y letanías,
La blanca hoja entregaría a las llamas.
Luego, tal vez adormilado, sentiría
Cómo ese no-mundo, ese espejismo
Insoportable lentamente retorna
A lo nunca-sido, al ningún-lado,
Y suspiraría, sonreiría, sanaría.
Finalmente el salvaje, atizaría el fuego y,
Entre golpes de frente y letanías,
La blanca hoja entregaría a las llamas.
Luego, tal vez adormilado, sentiría
Cómo ese no-mundo, ese espejismo
Insoportable lentamente retorna
A lo nunca-sido, al ningún-lado,
Y suspiraría, sonreiría, sanaría.
Hermann Hesse (Alemania, 1877 – 1962)
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