Un beso robado
Ron Hicks (Estados Unidos, 1965)
Óleo sobre lienzo
Las cosas sin
importancia son las realmente importantes.
Los aspectos más severos
de la vida son los mismos para todos,
va, digámoslo otra vez:
quiénes somos, adónde
vamos, de dónde venimos,
qué hay más allá de la
muerte si hay algo,
básicamente eso,
y cosas sobre la
liberté, egalité, fraternité,
blablablá,
pero ¿cuándo piensas tú
en eso?
además, seguro que hay
un sanedrín de sabios tratando de ponerse de acuerdo desde hace siglos
¿qué vas a descubrir tú
que no se le haya ocurrido ya a Sócrates, Freud o Kierkegaard?
(sí, he tenido que mirar
cómo leches se escribe)
Y es que lo realmente
importante es que se ha puesto a llover y no llevas paraguas.
Lo realmente importante
es si le viene la regla,
que no sabes cómo
quitarte esos kilos,
que ya no la quieres con
la insensatez de un primer amor aunque te siga gustando su culo,
pero no es lo mismo.
¿Quieres saber lo
realmente importante?
Que volverías atrás
porque no ves hacia
delante nada mejor que lo que tuviste.
Que eras más feliz en
tranvía que en coche.
Que estudiar era mucho
mejor que saber.
Que no importaba si
llovía y no llevabas paraguas
y saltabas los charcos
con un libro sobre la cabeza.
Pensemos en las
ballenas, en las abejas, en los refugiados.
Ahora pensemos en el fin
de mes.
¿Ves a dónde quiero llegar?
Un buen café por la
mañana, fuerte y dulce,
algún conocido cerca que
te informa del tiempo que hará hoy.
Una palmadita en la
espalda de alguien que pasa y te sonríe.
Una llamada, una noticia
esperanzadora.
Una pequeña noticia
pequeñamente esperanzadora.
Un cigarrillo mirando a
los gorriones,
aborreces a las palomas
pero los gorriones te llenan de alegría
y hay un nido, que no
acabas de ver, ante tu ventana
y van y vienen y les
supones un trabajo como el tuyo
pero volando.
Ah... volando.
Alguien explota una
bomba en algún sitio y mueren docenas.
Cuando la gente se
cuenta por docenas siempre piensas en huevos,
nunca en un ramo de
rosas,
ni en personas,
sino en docenas, arcaica
unidad de medida que sobrevive a los decimales y los binarios
porque señala bien los
huevos, las flores y las víctimas,
en ese limbo entre
asesinato y guerra tan difuso.
De esto sabes mucho
después del almuerzo,
hoy el peligro está en
la salsa de tomate del almuerzo,
es mucho más posible que
te salpique
que la sangre y las
vísceras y la metralla.
Todo es cuestión de
prioridades
primum vivere, deinde...
vivere,
a ver por qué
philosophari va a compararse ni remotamente.
De filosofar solo pueden
ocuparse los desocupados,
los que llevamos entre
manos el pan y el vino y el queso no.
Los que llevamos las
tres pelotitas que lanzamos al aire no.
Los que llevamos al hijo
de la mano al colegio no.
Los que viajamos
aprovechando para leer novelas no.
Los que otra vez vamos a
llegar tarde no.
Los que afortunadamente
caminamos detrás de una muchacha con andares de pantera no.
Las cosas sin
importancia amueblan cada uno de tus días,
llenan cada rincón de tu
pensamiento.
Llegas a la plaza, te
sientas, pides tu cerveza.
Enfrente está la estatua
del gran hombre,
el prócer, el héroe, el
vate,
aquel que dio su vida
por la libertad, quizá.
El que tiene a sus pies
escrito en mármol el pensamiento,
la vida, la muerte, el
amor.
El que señala con su
dedo de piedra el camino a los hombres,
hacia el futuro, hacia
dios, hacia la sabiduría.
Eso enfrente.
Tú tienes otro mármol,
este con una cerveza fresca,
con un platillo de
olivas.
Con una mujer que te
dice algo alegremente con unos labios llenos y blandos
que sigues amando y
deseando aunque ya no como a un primer amor,
y que te dice algo a ti,
a ti con tu nombre, con
tu apelativo cariñoso
y no al público en
general y a la opinión mayoritaria de la nación,
que bebe su cerveza y
mientras
admiras cómo se le
frunce deliciosamente el canalillo entre los pechos,
que señala con el dedo y
lo sigues
y su dedo no es de
piedra
y había un amigo a lo
lejos mirando y saludando con la mano al final de su dedo
y no un futuro de paz y
concordia universal,
no el camino a la
hermandad de los pueblos,
no el fin de la
violencia y el principio de la justicia.
Y tú, en un arrebato te
levantas y le atrapas ese dedo
y se lo besas
y ella te mira ¡estás
loco!
y se ríe
maravillosamente sana con toda la boca y todos los dientes.
Y a ver cómo le explicas
que con ese dedo estaba señalando hacia todas las cosas sin importancia,
que son las que, día a
día, mueven el mundo.
Que te ha bendecido
alegrándote,
porque alegrar a otro es
lo mejor y más heroico que se puede hacer en la vida.
Y la cosa más
importante.
Tomás Galindo (España).
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