Inscripción sepulcral para Alia Potestad
Placa de mármol encontrada en la Vía Pinciana de Roma en 1912.
Museo Nacional de Arte Romano, colección epigráfica, Roma, Italia.
Fotografía: Kleuske, commons.wikimedia.org
Dis
Manib(us)
Alliae
A(uli) l(ibertae) Potestatis
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Hic Perusina sita
est, qua non pretiosior ulla.
Femina de multis
uix una aut altera uisa
sedula. Seriola
parua tam magna teneris.
«Crudelis fati
rector duraque Persiphone,
quid bona diripitis
exuperantque mala?»
Quaeritur a cunctis, iam respondere fatigor,
dant lachrimas,
animi signa benigna sui.
Fortis, sancta,
tenax, insons, fidissima custos,
munda domi, sat
munda foras, notissima uolgo,
sola erat ut posset factis occurrere cunctis;
exiguo sermone,
inreprehensa manebat.
Prima toro delapsa
fuit, eadem ultima lecto
se tulit ad quietem
positis ex ordine rebus.
lana cui e manibus
nuncquam sine caussa recessit,
opsequioque prior
nulla moresque salubres.
Haec sibi non placuit, numquam sibi libera uisa.
Candida, luminibus pulchris, aurata capillis,
et nitor in facie permansit eburneus illae
qualem mortalem nullam habuisse ferunt,
pectore et in niueo breuis illi forma papillae.
Quid crura? Atalantes status illi comicus ipse.
Anxia non mansit, sed corpore pulchra benigno.
Leuia membra tulit,
pilus illi quaesitus ubique;
quod manibus duris fuerit culpabere forsan:
nil illi placuit nisi quod per se sibi fecerat ipsa.
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Nosse fuit nullum studium, sibi se satis esse
putabat,
mansit et infamis, quia nil admiserat umquam.
Haec duo dum uixit
iuvenes ita rexit amantes,
exemplo ut fierent
similes Pyladisque et Orestae:
una domus capiebat
eos unusque et spiritus illis.
Post hanc nunc idem
diuersi sibi quisq(ue) senescunt;
femina quod struxit talis, nunc puncta lacessunt.
Aspicite ad Troiam, quid femina fecerit olim!
Sit precor hoc iustum exemplis in paruo grandibus
uti.
Hos tibi dat uersus lacrimans sine fine patronus
muneris amissae,
cui nuncquam es pectore adempta,
quae putat amissis
munera grata dari,
nulla cui post te
femina uisa proba est.
Qui sine te uiuit,
cernit sua funera uiuos.
Auro tuum nomen
fert ille refertque lacerto,
qua retinere potest
auro collata Potestas.
Quantumcumq(ue)
tamen praeconia nostra ualebunt,
uersiculis uiues
quandiucumque meis.
Effigiem pro te
teneo solacia nostri,
quam colimus sancte
sertaque multa datur,
cumque at te
ueniam, mecum comitata sequetur.
Sed tamen infelix
cui tam sollemnia mandem?
Si tamen extiterit,
cui tantum credere possim,
hoc unum felix
amissa te mihi forsan ero.
Ei mihi! Vicisti:
sors mea facta tua est.
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Laedere
qui hoc poterit, ausus quoque laedere diuos:
haec
titulo insignis, credite, numen habet.
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A los Manes
Alia Potestad liberta de Aulos
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Aquí
yace enterrada Perusina, y ninguna mujer hay más meritoria.
Apenas
una o dos, de entre muchas, parecen haber sido tan obsequiosas.
¡Tú,
tan grande, guardada en una urna pequeñita! ‘
Cruel
responsable del destino e implacable Perséfone,
¿por
qué os lleváis lo bueno y se queda aquí lo malo?’
Todos
lo preguntan y ya me canso de responder;
derraman
lágrimas, signos generosos de su corazón.
Decidida,
íntegra, tenaz, irreprochable, guardiana de lo más leal,
intachable
en su casa, y de sobra intachable fuera de su casa, conocidísima por todos,
era
la única que podía afrontarlo todo;
de
conversación discreta, resultaba irreprochable.
Fue
siempre la primera en abandonar el lecho,
y
también la última en irse a descansar tras haberlo dejado todo en orden;
la
lana nunca se apartó de sus manos sin una razón,
y
nadie la superaba en ganas de agradar; sus costumbres eran muy saludables.
Nunca
pensó en sí misma, nunca se consideró libre.
Bella, de ojos
hermosos, cabellos de oro,
y conservó en su
rostro una belleza de marfil
como dicen que no ha
tenido nunca ninguna otra mortal;
y en su níveo pecho,
el encanto de su pequeño pezón.
¿Y qué decir de sus
piernas? Atalanta, su mismo porte elegante.
No anduvo siempre
preocupada por su aspecto, sino que era hermosa por su grácil cuerpo.
Lucía una piel lisa,
sin ningún tipo de vello;
la culparás tal vez
de que tuviera las manos ásperas:
pero nada le parecía
bien sino lo que ella misma hacía con sus propias manos.
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No tuvo ningún
interés en saber nada de nadie, pensaba que con sus asuntos ya tenía
suficiente.
Y vivió sin que
nadie hablara mal de ella, porque nunca hizo nada reprochable.
Mientras vivió guió
de tal manera a dos jóvenes amantes,
que enseguida
llegaron a asemejarse al modelo de Pílades y Orestes:
una misma casa los
acogía y un mismo pensamiento tenían ambos.
Ahora, sin ella,
alejados uno de otro, envejecen:
lo que una mujer
semejante fue capaz de forjar, ahora un solo instante ha sido capaz de
destruir.
Acordaos de lo que
en otro tiempo fue capaz de hacer una mujer en Troya
–y os ruego que esté
permitido utilizar un ejemplo grandioso para un asunto menor–.
Estos versos,
llorando sin cesar, te dedica como regalo a ti,
que te has ido, tu
patrono, de cuyo corazón nunca te has alejado,
versos que
considera un grato regalo a las personas perdidas;
tu patrono, a quien
ninguna mujer después de ti le parece buena,
que vive sin ti y,
aun estando vivo, ve ya cercana su muerte.
Él trae tu nombre,
Potestad, grabado en letras de oro;
y lo lleva consigo
en el brazo, para poder conservarte junto a él.
Y cuanto mejor sea
mi elogio,
tanto más tiempo
permanecerás viva en mis humildes versos.
Guardo tu imagen en
vez de tu persona, como consuelo,
y la adoro y le
ofrezco guirnaldas de flores
y, cuando me una a
ti, me seguirá también acompañando.
Pero ¡pobre de mí!,
¿a quién voy a confiarle tan solemne encargo?
Aunque, si hubiera
alguien en quien pudiera confiar,
sólo con esto, tras
tu pérdida, tal vez podría ser feliz.
¡Ay de mí!, has
acabado conmigo: mi suerte es la tuya.
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Quien sea
capaz de dañar esto, se atreverá también a dañar a los dioses.
La que en
este epitafio se ensalza, creedme, tiene categoría divina.
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Anónimo, Roma, segunda mitad
del siglo II.
Fuente:
Fernández Martínez, Concepción. CLE 1988: los tópicos, la literatura y la vida,
Universidad de Sevilla, en: Studia Philologica Valentina, Vol. 11, n.s. 8
(2008), 153-166.
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