Gitana vestida con un traje rojo
José Luis Balbin Ávila
Óleo sobre lienzo
Sevilla, España
www.balbin.es
Ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus
fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque
llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas
de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas
ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede
el olvido, retrocede engañada la muerte;
se
anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la
caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos
de súbito, talismática, pura, riente,
cual
pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina
reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas
indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a
perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis
el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras
dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del
Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al
orbe: la alta virtud resucita,
que a la
hispana progenie hizo dueña de los siglos.
Abominad
la boca que predice desgracias eternas,
abominad
los ojos que ven sólo zodiacos funestos,
abominad
las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la
tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense
sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la
inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
fuertes
colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se
inicia como vasto social cataclismo
sobre la
faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no
despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el
cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién
será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al
alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es
Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre
momias y piedras que habita el sepulcro,
la nación
generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia
el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que
tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su
coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Únanse,
brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen
todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de
Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren
los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el
antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que
regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas
las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las
cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los
manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los
egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan
los soplos agrarios de primaverales retornos
y el
rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un
continente y otro renovando las viejas prosapias,
en
espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven
llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina
estirpe verá la gran alba futura,
en un
trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán
la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente
augusto en donde todo lo cambia y renueva
la
eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea
Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡Ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
Rubén Darío (Nicaragua, 1867 – 1916).
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