Encanto de la soledad
Leonid Afremov
Óleo (espátula) sobre lienzo
A Arnulfo Córdoba y María Luisa,
en un banquito de la plaza de San Telmo
¿Y puede ser este solar
mendigo,
lleno de cales
harapientas,
la plaza en la que estuvo
el banco aquel, en el que
al hogar de ahora
el amor puso la primera
piedra?
El banco ya no existe.
Nadie más que nosotros todavía
verlo podrá, ociosamente
echado
a la sombra o al sol,
junto a unas casas
que en familia vivían sus
colores.
Parecía de todos aquel
banco,
que no tuviese soledad ni
mundos
de silencio interior; pero
a nosotros
siempre nos protegía,
recordando
que fue árbol con nidos y
que tuvo
también su juventud de
ramas verdes.
Y de aquel banco público,
huésped de una placita que
el mar rumoreaba,
íntimo como un surco,
feliz como una ceja,
levantábase el bosque
de nuestras confidencias,
un enjambre de economías y
proyectos,
tu ajuar de novia, pájaros
en la voz,
el hormiguero de los días
con su brizna de miel
entre las alas
y con su luz amarga en
ocasiones.
El banco aquel, una
ilusión flotante,
dejaba de ser nube,
tocaba tierra firme
al ponernos de pie para
marcharnos,
color la tarde de tus
ojos.
Ya el banco no está allí.
La plaza misma
está cayendo a golpes de
piqueta,
la abatirá la lanza de una
calle
y no tendrá una cruz que
la recuerde.
Pero él sigue anidándonos
y acoge
nuestros brazos de hoy en
su espejo de antes,
proyectada su sombra en
nuestros hijos.
Fieles a su amistad, no lo
olvidamos
nosotros y la mar, cuyos
rumores
ni podrán arrancarlos de
la sangre
ni serán derribados por
barrenos.
¡Pobre banquito nuestro!
Ojalá que te hubieran
enterrado
en la canción de cuna de
las aguas,
tendido entre las olas,
desplegadas las velas del
recuerdo.
así a ti mismo fiel continuarías
peregrinando nubes y
horizontes
en tu vaivén de tabla
enamorada.
Pedro García Cabrera (Islas Canarias, España, 1905 – 1981).
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