Nos confirman que Dios
estaba ausente.
Los timbales, el pífano y
el arpa que tañían los justos
no fueron escuchados.
La puerta no se abrió
y algunas almas limpias se
enfrentaron al hambre
con la cédula rota.
Nos confirman que en esa
espera eterna algunos niños
arrancaron la carne a
varios perros.
Que las madres se apagaron
los ojos
para no ver la lápida de
un ángel.
Y los hijos de Lot,
hincados de rodillas,
suplicaron volverse sal
de piedra.
La puerta no se abrió.
Dios no escuchaba,
no oía las febriles
oraciones.
Nos confirman que Dios
sigue aguardando
—a solas e infinitamente
mudo—
a que el hombre lo
encuentre
en una oscura cripta, en algún templo.
en una oscura cripta, en algún templo.
Gracia Iglesias (España, 1977).
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