Danza Isadora (1909)
Antoine Bourdelle (Francia, 1861 – 1929).
Pluma, tinta negra y acuarela sobre papel
Museo Antoine Bourdelle, París, Francia.
Isadora Duncan baila
en un café de París,
y un soldado arroja
la primera granada del catorce.
Aún se disputan la Tierra los hombres,
y renacen
Sordos clamores imperiales.
Con buen ojo el fabricante
arroja al mercado soldados de plomo,
y el cielo se puebla de pájaros extraños,
y se incendia el mar en artificios.
En Siberia cae la nieve sobre los zares,
y el mundo se asombra en los periódicos,
y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.
Los hijos de Isadora
van por el Sena durmiendo,
y ella recuerda a su madre que naufraga en las artesas
de algún suburbio de Nueva York.
Isadora danza descalza
con el último príncipe de Italia.
Isadora baila con el pueblo,
y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,
rompe nuevamente los cristales de su casa
y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.
El hombre admite en los estrados
que la paz es negociable.
Pero ya la Tierra echó a rodar
su cauce decidido.
Ya la rueda enzarza el cuello
majestuoso de Isadora:
el último galán ya se la lleva,
y le ha puesto rojo beso en la bufanda.
Allá va gloriosa la granada
a socavar la arena.
A Isadora la esperan
sus hijos en el Sena;
los muertos de la guerra;
Esenin, el poeta.
Allá Nueva York erige sus piedras
entre heráldicas humaredas.
Pero Isadora baila en las trincheras,
¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!
en un café de París,
y un soldado arroja
la primera granada del catorce.
Aún se disputan la Tierra los hombres,
y renacen
Sordos clamores imperiales.
Con buen ojo el fabricante
arroja al mercado soldados de plomo,
y el cielo se puebla de pájaros extraños,
y se incendia el mar en artificios.
En Siberia cae la nieve sobre los zares,
y el mundo se asombra en los periódicos,
y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.
Los hijos de Isadora
van por el Sena durmiendo,
y ella recuerda a su madre que naufraga en las artesas
de algún suburbio de Nueva York.
Isadora danza descalza
con el último príncipe de Italia.
Isadora baila con el pueblo,
y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,
rompe nuevamente los cristales de su casa
y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.
El hombre admite en los estrados
que la paz es negociable.
Pero ya la Tierra echó a rodar
su cauce decidido.
Ya la rueda enzarza el cuello
majestuoso de Isadora:
el último galán ya se la lleva,
y le ha puesto rojo beso en la bufanda.
Allá va gloriosa la granada
a socavar la arena.
A Isadora la esperan
sus hijos en el Sena;
los muertos de la guerra;
Esenin, el poeta.
Allá Nueva York erige sus piedras
entre heráldicas humaredas.
Pero Isadora baila en las trincheras,
¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!
Armando Rubio Huidobro
(Chile, 1955 – 1980).
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