Pintura y poesía

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miércoles, 22 de marzo de 2017

Derek Walcot. Los mariscadores de caracolas.

Luna
Fotografía - Instalación

Dado que la peluda ortiga, la bifurcada mandrágora y la maligna 
seta, la baba de sapo o el afilado y espinoso erizo 
son, por su naturaleza, venenosos, no deberíamos dudar de 
lo que murmuran haber visto con sus ojos de luna los mariscadores de 
caracolas.
¿Quién es este príncipe? ¿Qué yelmo lleva? 
Vemos volar alto a los rabihorcados carroñeros, cada vez más abundantes, 
vemos que nuestro aliento traza formas vacilantes, 
pero ¿qué es lo que le perturba en los empapados acantilados, 
mientras mira las estrellas insomne como el mar? 
¿Qué embozados rumores atraviesan el reino, 
ocultándose de las linternas de los vigilantes nocturnos en las calles mojadas?
Abofeteados por nuestros inquisidores, los mariscadores de caracolas sólo 
farfullan:
«Es como una concha soldada a la roca del mar, 
y no hay cuchillo que pueda desprenderla».

Los sutiles torturadores 
fingen creerlo. El moderno sermón del prelado 
muestra que no hay mal, tan sólo voluntad mal orientada, 
pero los ojos de los pescadores de caracolas son grises como ostras 
y la negra vela se desliza lentamente bajo su quilla musgosa.
«Es Abdón el usurpador, a cuyo corazón se adhiere el sapo.» 
«No hay nada bajo su yelmo salvo vuestro miedo». 
«Ha bebido las cuencas sorbidas de sus propios ojos, 
y escamosas garras aferran la empuñadura de su espada».
«¿Y reaparece una vez que habéis hecho la señal de la cruz?» 
«Sí. El escorpión de mar acude a su silbido como un perro». 
«Bajo su saliva ácida los buitres despliegan sus paraguas, 
y el mar reluce como su cota de malla a través de la niebla. 
Se aferra al cuello de este mundo y no hay forma de desprenderle». 
Cuando les damos caldo, y esto se prolonga durante noches, 
el más joven mira el vapor hasta que se enfría. 
«Si es Abdón el usurpador, ¿qué usurpará?» 
Se estremece. «Ojalá se le enfrenten plateadas legiones de serafines».

Les explicamos que es la luz de la luna amotinada sobre las olas, 
el espejismo de los pescadores, que tan sólo están enloquecidos 
por la sal en los cortes de las palmas de sus manos, pero todos creen 
que es Abdón, que lo que se yergue en el empapado rompeolas, 
haciendo temblar sus alas nervudas como un perro mojado, 
erecto como una pastinaca, es una manta, no el demonio; 
pero el más joven repite con voz inhumana 
por la afonía, como el cansino retirarse de las olas 
sobre la roca ulcerada por las caracolas: «Si no es él, ¿por 
qué entonces desgarran la luna las nubes de negro manto 
y ahogan su redondo grito como el de una loca?» 
Ojos salvajes como caracolas sobre la cuchara alzada.

Derek Walcott (Santa Lucía, 1930 - 2017).

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