Pintura y poesía

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miércoles, 4 de mayo de 2016

Vicente Gaos. Testamento.

Hombre escribiendo en su estudio (1630-35)
Gerrit Dou (Países Bajos, 1613 - 1675)
Óleo sobre tabla
Colección privada


Yo, Vicente Gaos, natural de la nada, de mil siglos de edad, de estado civil solitario, inestable,
domiciliado, refugiado en un rincón del cosmos, de profesión náufrago en la sombra,
sin documento nacional de identidad, sin títulos, condecoraciones ni diplomas de clase alguna,
sin señal particular visible en el pecho ni en ninguna otra parte del cuerpo,
sin más cicatriz que una necrosis de miocardio,
una vieja herida que me produje yo mismo,
quiero decir, que me causaron siglos de sufrimiento,
de amor oculto, de ternura encubierta por un falso orgullo,
el de no sentir envidia de nada y de nadie,
el de haber creído que siempre había tiempo de sobra,
el de alegrarme seriamente del bien ajeno,
el de no autocompadecerme jamás,
el de llorar hacia dentro por el daño hecho al prójimo,
el orgullo o la confusión de haberme figurado que era yo la víctima, siendo el   verdugo,
ya que todos los hombres somos simultáneamente lo uno y lo otro,
y no es fácil en este punto el discernimiento...

Yo, Vicente Gaos (¿Vicente Gaos?), ahora,
cuando empiezo a sentir ya en la boca el amargo gusto de la ceniza
postrera, cuando recuerdo en medio de la tormenta final las postrimerías,
porque he pecado, he pecado,
y a pesar de ello ninguna de las cuatro me devuelve a la inocencia pueril, al amparo filial, a la remota fe cándida de no sé qué antaño,
de no sé qué antesiglo...

Yo, natural de la nada,
habitante de la nada,
destinado a la nada, anónimo,
me acerco ya al encuentro del supremo Notario,
del Decano universal - nihil prius fide -, 
y le hago entrega de este testamento ológrafo
donde dispongo
-si acaso no es cierto que quien dispone es Él y el hombre sólo propone.-
dispongo, suplico,
que cuando mi añoso corazón, mi lastimado corazón haya dado ya su último latido,
incineren piadosamente esta carne que gozó y sufrió,
estos huesos que se estremecieron ya de júbilo, ya de horror,
que me despojen de todo, de nada, pues siempre fui un despojado
(es la verdad, no me autocompadezco),
y que arrojen mis cenizas al viento, al agua, al espacio estelar, al vacío cósmico de donde vine, al cósmico vacío al que he de volver, espero volver
sin retorno,
pues nadie regresa de la última orilla.

Y cerca ya del máximo consuelo, de la extrema esperanza,
confío en que Nadie me amenace más con otra existencia.

Y este es el testamento ilusorio que otorgo en plena posesión de mis facultades mentales,
posesión de quien sólo posee dolor, ignorancia, muerte,
y un corazón cuyo único deseo es el de cesar ya en su trémulo palpito, en su amoroso latido,
aunque (porque) la vida sea al fin y al cabo, y al principio, hermosa, lo es,
y prosiga renovada, siempre igual, afortunadamente monótona,
como en el paraíso primero,
como en el edén funeral que nunca termina, que jamás terminará,
jamás.

Vicente Gaos (España, 1919 – 1980).

1 comentario:

  1. Fue mi profesor de inglés en el Instituto Andrés Laguna, en Segovia, durante el curso de 5º del bachillerato.
    Siempre le recuerdo como un gran fumador en la clase y fuera de ella, consumía un cigarro y a los pocos minutos encendía otro.
    Sus clases eran muy amenas, continuamente introducía dichos, anécdotas y frases populares que provocaban tu atención constantemente.
    ¡Que Dios le tenga en su Gloria.¡

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