¡Feliz cumpleaños, Paloma!
Maternidad (1898)
Louis Emile Adan (Francia, 1839 - 1937)
Óleo sobre lienzo
A Celia, nacida hoy
No
conoces la lluvia ni los árboles,
pero ya
eres un bosque.
Hoy que
comienza el mundo para ti,
que se
pueblan tus ojos con el mar,
que todos
te reciben como en una estación
donde se
espera siempre,
que es
principio y asombro,
mapas que
no aseguran un lugar donde ir.
Hoy que
el mundo comienza,
tristeza
inadvertida,
eres el
tiempo limpio,
el olor a
madera y el silencio,
las
preguntas sin sombras
y el amor
sin orgullo
del que
ha perdido todo.
Es esa mi
certeza,
las olas,
el océano,
tu risa
que es un pájaro.
Has
traído el murmullo de un recuerdo,
los pies
pequeños, como pequeño
es el
rastro de nieve que has dejado
en las
horas de enero.
Cómo será
la vida cuando crezca en tus manos
con la
fragilidad de las buenas noticias,
como un pez
que se escurre para volver al río.
Una tarde
cualquiera,
con la
misma sorpresa que un amor,
vas a
sentir la brisa que ha tocado los árboles
con su
cansancio antiguo.
Hay veces
que es rugosa y escuece como un fósforo
cuando
enciende un recuerdo…
Tus manos
brillan,
no hay
sombras ni puñales,
puedo ver
los cometas
arañando
la noche
como un
barco que zarpa y se adentra en la niebla.
La vida
es una casa donde habita un extraño,
un jardín
del pasado al que no volverás,
una
orilla que buscas con miedo a los fantasmas.
Pero
también la vida
es una
luz detrás de una ventana
cuando la
oscuridad
ocupa
cada hueco y cada continente.
Esta
noche es oscura,
el tren
busca unos brazos
que están
al otro lado de las horas.
Mientras,
pienso en el modo de decirte
que los
sueños son parte de nosotros
como un
embarcadero es un viaje.
Porque ya
eres un bosque,
y hay
delfines, y lagos, y montañas,
y amores
imposibles
que se
llamarán Celia.
Alguien
dice tu nombre en el futuro
y se
llena de gente una casa vacía,
todos se
sientan a la mesa.
Ya lo
habrás olvidado,
fue la
felicidad quien sembró este dolor,
fue la
felicidad igual que una tormenta
sobre un
vaso vacío.
Cuando
lleguen el miedo y la desesperanza,
y todas
las cerezas hayan caído al barro,
y las
gaviotas griten
el olvido
imposible de una mujer herida
que
siente que avanzar es quedarse más sola…
Si todo
esto sucede
recuerda
la manera en que la lluvia
se
convierte en un árbol
y el modo
en que las olas
son el
final del agua y el principio del mar.
No conoces
el mar, ni el barro, ni los árboles,
pero ya
eres un bosque por el que pasa un río.
De La insistencia del daño, 2014.
Fernando
Valverde (España, 1980).
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