Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.
Blasfemaba como un condenado
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas.
En el entierro estaba Lautréamont,
yo lo vi desde mi puesto en la cola:
dejaba el sombrero al borde de la tumba
y cantaba algo triste y oscuro
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio).
Hubo discursos,
sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz,
paraguas abiertos a la lluvia como
a él le hubiera gustado.
Hubo más:
hubo viernes y
canciones funerarias,
palomas que volaban sin sentido, como niños,
versos oscuros,
la hermosa voz de Aragón,
suicidios deportivos de Georgette y nunca más
y hasta siempre.
A la hora más triste del asunto
no quería bajar porque decía que allí estaba
oscuro.
Pero estaba muerto y hubo que bajarlo.
Los sombreros abandonaron las cabezas,
se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te
olvidamos.
(Un joven poeta a mi derecha le mesaba las
rodillas a la muerte).
Lo bajaron.
Se aplaudió en forma delirante;
la gente corría como loca asumiendo lo grave
del momento.
Lo bajaban.
Las mujeres lloraban en silencio
porque bajaban las águilas, los sueños, países
enteros a la tierra.
Se intentó una última sentencia:
Nerval se acercó con una tiza y escribió con
letra temblorosa: Su cadáver estaba lleno de
mundo.
Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso
pensando en el futuro,
mientras una piedra inmensa le tapaba el
corazón y los papeles.
contadme el canto de un río
cuando se cubre de pájaros,
habladme del mar,
habladme del olor ancho del campo
de las estrellas, del aire
recítame un horizonte
sin cerradura y sin llave
como la choza de un pobre
decidme como es el beso de una mujer
dadme el nombre del amor
no lo recuerdo
Aún las noches se perfuman de enamorados
que tiemblan de pasión bajo la luna
o solo queda esta fosa?
la luz de una cerradura
y la canción de mi rosa
22 años, ya olvido
la dimensión de las cosas
su olor, su aroma
escribo a tientas el mar,
el campo, el bosque,
digo bosque
y he perdido la geometría del árbol.
Hablo por hablar asuntos
que los años me olvidaron,
no puedo seguir
escucho los pasos del funcionario.
Vimos a una mujer morena construir el acantilado.
No más de un segundo, como alanceada por el sol. Como
Los párpados heridos del dios, el niño premeditado
De nuestra playa infinita. La griega, la griega,
Repetían las putas del Mediterráneo, la brisa
Magistral: la que se autodirige, como una falange
De estatuas de mármol, veteadas de sangre y voluntad,
Como un plan diabólico y risueño sostenido por el cielo
Y por tus ojos. Renegada de las ciudades y de la República,
Cuando crea que todo está perdido a tus ojos me fiaré.
Cuando la derrota compasiva nos convenza de lo inútil
Que es seguir luchando, a tus ojos me fiaré.
Galería Freer de Arte de la Institución
Smithsonian, Washington D.C., Estados Unidos.
Cara al viento, ella eleva un suspiro por cada pétalo que
cae;
sensaciones fragantes que se disipan con cada primavera.
Nadie pregunta sobre ellas, porque su precio es alto, ni las mariposas se acercan a tal fragancia.
Pétalos rojos que solo habrían crecido en un palacio, hojas verde-jade manchadas por el polvo del camino si fueran llevadas a los jardines imperiales, los jóvenes nobles lamentarían no poder comprarlas!
Museo de Arte de Indianápolis, Indiana,
Estados Unidos.
Muchas gracias
Muchas gracias;
muchas, muchas gracias.
Qué va. Está muy bien.
Dispénseme, señora.
No hay de qué.
Está completo, pero está muy bien.
Un farsante, un cuentista,
un enterao
—la Place de l’Alma—, un cualquiera,
me da igual.
Cuando usted quiera.
Ah, señora, ¡si usted supiese!
Está bien.
Aquellos buenos tiempos...
Mas París es París, y está muy bien.
Aunque no lo comprendo.
L’Étoile, Notre—Dame, Les Champs,
se sabe, ¿por qué no?
Encuentro, encontraré, ¿encontré
ya?
Entonces, apresúrese, vaya.
¿Por qué no?
Un
silencio fecundo de rugidos
acompaña la tarde litoral y nubosa.
Es una playa ilesa del Pacífico.
Manzanillos
de agua, heliconias gigantes
meciéndose en la brisa embriagada de nubes.
De repente, el milagro:
dos papagayos rojos
rebasan el umbral de lo posible.
Justo en
ese momento
yo soy un marinero de la Santa María
mirando Guanahani desde el mástil.
Yo soy Keats descubriendo
el Homero de Chapman.
Gagarin comprendiendo
la soledad helada del espacio.
Tenochtitlán, Numancia,
Troya llorando a Héctor,
un órdago de Dios,
Edmund Dantès al viento.
Soy el
roce de dos ramas resecas
que encendieron un fuego primitivo.
Es fácil
de entender si sales de tu nombre.
En la
Tierra el misterio.
Yo he venido
a ser ola a la vez que miro el mar.
Museo de Arte de Sheldon, Nebraska, Estados Unidos.
Quiéreme.
Manifiéstate de súbito.
Choquémonos, como por arte mágico en el Bukowski, un Miércoles. Pidámonos disculpas. Sonriámonos. Intentemos tirar el muro gélido diciéndonos las cuatro cosas típicas. Caigámonos simpáticos. Preguntémonos cosas. Invitémonos a bebidas alcohólicas. Dejémonos llevar más lejos. Déjame que despliegue mi táctica. Escúchame decir cosa estúpidas y ríete. Sonríeme. Sorpréndete valorándome como oferta sólida. Y a partir de ahí
quiéreme.
in rúbrica, pero por pacto tácito acepta ser mi víctima. Déjame que te lleve hacia la atmósfera, acompáñame a mi triste habitáculo. Sentémonos, mirémonos, relajémonos y pongamos música. De pronto, abalancémonos besémonos con hambre, acariciémonos, Desnudémonos rápido y volvámonos locos. Devorémonos como bestias indómitas. Mostrémonos solícitos en cada prolegómeno. Derritámonos en abrazos cálidos Virtámonos en húmedos océanos. Ábrete a mí, abandónate y enséñame el sabor de tus líquidos. Mordámonos, toquémonos, gritémonos permitámonos que todo sea válido y sin parar, follémonos. Follémonos hasta quedar afónicos
Follémonos hasta quedar escuálidos.
Durmámonos después, así, abrazándonos.
Y al otro día
quiéreme.
Despidámonos rígidos, y márchate de regreso a tus límites satisfecha del paréntesis lúbrico pero considerándolo algo efímero sin segundo capítulo. Deja pasar el tiempo, mas sorpréndete recordándome en flashes esporádicos y sintiendo al hacerlo un sicalíptico látigo por tus gónadas. Descúbrete a menudo preguntándote qué será de este crápula. Y un día, sin siquiera proponértelo rescata de tus dígitos mi número llámame por teléfono y alégrate de oírme. Retransmíteme, ponme al día de cómo van tus crónicas y escucha como narro mis anécdotas. Y al final, algo tímidos, citémonos. En cualquier cafetín de corte clásico volvámonos a ver, sintiendo idéntico vértigo en el estómago.
Y en ese instante
quiéreme.
Apenas pasen un par de centésimas sintamos al unísono un relámpago de éxtasis limpio y cándido, y en un crescendo cinematográfico dejémonos de artificios y máscaras. Rindámonos a la atracción magnética que gritan nuestros átomos y sintámonos de placer pletóricos por sentirla recíproca. Unidos en un abrazo simétrico perdámonos por esas calles lóbregas regalándonos en cada parquímetro con besos mayestáticos que causen graves choques de automóviles y estropéen los semáforos.
Y para siempre
quiéreme.
Dejemos que se haga fuerte el vínculo, unamos nuestro caminar errático, declarémonos cómplices, descubramos restaurantes asiáticos, compartamos películas, contemplemos bucólicos crepúsculos, charlemos de poética y política y celebremos nuestras onomásticas regalándonos fruslerías simbólicas en veladas románticas.
Y entre una y otra
quiéreme
Dejemos de quedar con el grupúsculo de amigos. Que los follen por la próstata. Pues si ponemos el asunto en diáfano solo eran una pandilla de imbéciles. Cerrémonos, y en un afán orgiástico con afición sigamos explorándonos buscando como ávidos heroinómanos el subidón de aquel polvo iniciático.
Y aunque no lo logremos. Da igual.
Quiéreme.
Para evitar que nuestra vida íntima se corrompa con óxido busquémonos alternativas lúdicas apuntémonos a clases de kárate o de danzas vernáculas juntémonos en cursos gastronómicos. Presentémonos a nuestros mutuos próceres anteriores del árbol genalógico y a lo largo del cónclave sintámonos con ellos algo incómodos mas felices de haber pasado el trámite.
Y quiéreme después. Sigue queriéndome,
continuando con el proceso lógico juntemos nuestras vidas en un sólido matrimonio eclesiástico, casémonos a la manera clásica, hagamos un bodorrio pantagruélico, y cual pájaros de temporada en éxodo vayámonos de viaje hacia los trópicos y bailemos el sóngoro cosóngoro mientras bebemos cócteles exóticos.
Y al regresar, sentemos nuestros cráneos. Comprémonos un piso. Hipotequémonos Llenémoslo con electrodomésticos y aparatos eléctricos, y paguemos en precio de las dádivas regalándole nueve horas periódicas a trabajos insípidos que permitan llenar el frigorífico.
Y mientras todo ocurre, solo
quiéreme,
del fondo de tu útero saquemos unos cuantos hijos pálidos, bauticémoslos con nombres de apóstoles, llenémoslos de amor y contagiémoslos con nuestra lóbrega tristeza crónica. Apuntémoslos a clases de música de mímica y de álgebra, y démosles zapatos ortopédicos, aparatos dentales costosísimos, fórmulas matemáticas y complejos edípicos que llenen el diván de los psicólogos.
Releguemos nuestro ritual erótico a la noches del sábado cuando ellos salgan véstidos de góticos a ponerse pletóricos ciegos de barbitúricos. Paguémosles las tasas académicas a los viajes a Ámsterdam. Dejemos que presenten a sus cónyuges y al final, entreguémoslos para que los devoren las mandíbulas de este mundo famélico.
Y ya sin ellos
quiéreme
a lo largo de apuros económicos y de exámenes médicos, mientras que nos vovemos antiestéticos más cínicos, sarcásticos, nos aplaste el sentido del ridículo y nos comen los cánceres y úlceras. Quiéreme aunque nos quedemos sin diálogo Y te pongan histérica mis hábitos. Enfádate, golpéame, hasta grítame y como única válvula catártica desahógate en relaciones adúlteras con amantes más jóvenes y regresa entre lágrimas y súplicas perjurándome que aún sigues amándome.
Y yo contestaré tan solo quiéreme. Quiéreme aunque te premie salpicándote en escándalos cíclicos y te insulte, y te haga sentir minúscula y me pase humillándote y me haya vuelto un sátrapa que roza cada día el coma etílico y me haya vuelto politoxicómano y me conozcan ya en cada prostíbulo.
Continúa queriéndome mientras pasan espídicas las décadas y nos envuelve el tiempo maquiavélico en un líquido amniótico que borre el odio que arde en nuestros glóbulos y nos arroje al hospital geriátrico a compartir habitación minúscula inválidos, mirándonos sin más fuerza ni diálogo que el eco de nuestras vacías cáscaras.
Quiéreme para que pueda decirte cuando vea la sombra de mi lápida Y antes de que venga y cierre la mano de la muerte mis párpados:
“Ojalá, ojalá como dijo aquel filósofo el tiempo sea cíclico y volvamos de nuevo reencarnándonos en dos vidas idénticas, y cuando en el umbral redescubierto de una noche de miércoles pretérita tras chocarme contigo girándote, me digas: "Uy, perdóname" le ruego que permita el dios auténtico que recuerde en un segundo epifánico cómo será el futuro de este cántico cómo irán nuestras flores corrompiéndose cómo acabaré odiándote cómo destrozarás cuanto fue insólito en este ser, cómo la vida empírica nos tornará en autómatas patéticos hasta llevarnos a la justa antípoda de nuestro sueño idílico."
"Y sabiendo todo esto, anticipándolo pueda mirarte directo a los ojos y conociéndolo muy bien. Sabiendo el devenir de futuras esdrújulas destrozando en un pisotón mi brújula
te diga solo
quiéreme." Daniel Orviz. Barcelona, España. www.poemaquiereme.blogspot.com
Alejo Lopomo (Alejandro Kurt Dreckmann Lopomo, Chile/España)
Acrílico sobre lienzo
www.alejolopomo.blogspot.com
Who's prepare to pay the
price for a trip to paradise?
Billie Holiday, Love for sale
Gorrión triste que anida entre el piano y el humo, esta garganta
inventa la sustancia más oscura de la noche.
Revelación de lo que existe detrás de la ingrávida tiniebla de
los predestinados,
carne inútil e intensa como este canto de embriaguez,
lámpara votiva de las alucinaciones, luna sembrada de alcohol,
muchacha que flota, muchacha que vuela, alambre vivo,
ella nombra el sustrato profundo de los cuerpos,
aguja que teje un sol líquido a la sangre,
oh baby,
quiero dormir.