La mujer de Lot
Klaas Koster (Países Bajos, 1952)
Óleo sobre lienzo
Tal vez miré hacia atrás por curiosidad.
Pero
además de curiosidad pude tener otras razones.
Miré
hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata.
Por
distracción: amarrándome el cordón de la sandalia.
Para
no mirar más la nuca justa
de
mi marido, Lot.
Por
la seguridad repentina de que si yo muriera,
él
no se detendría
Por
la desobediencia natural de los humildes.
Escuchando
cómo nos perseguían.
Conmovida
por el silencio, pensando que Dios cambiaría de idea.
Nuestras
dos hijas se perdían ya tras la colina.
Sentí
la vejez en mí. El alejamiento.
Lo
inútil de viajar. Sueño.
Miré
hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré
hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En
mi camino aparecieron serpientes,
arañas,
ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni
buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba
y se arrastraba por un temor colectivo.
Miré
hacia atrás por soledad.
Por
la vergüenza de huir a escondidas.
Por
las ganas de gritar, de regresar.
O
porque justo entonces se soltó el viento,
desató
mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí
que me veían desde los muros de Sodoma
y
se morían de risa, una y otra vez.
Miré
hacia atrás llena de rabia.
Para
gozar plenamente su ruina.
Miré
hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré
hacia atrás sin querer.
Fue
sólo que una roca giró gruñendo bajo mis pies.
Que
una grieta de pronto me cortó el paso.
En
la orilla un hámster agitaba las patas delanteras.
Y
entonces ambos miramos hacia atrás.
No,
no. Yo seguí corriendo, arrastrándome y trepando
hasta
que la oscuridad cayó del cielo,
y
con ella grava ardiendo y aves muertas.
Por
falta de aliento varias veces perdí el equilibrio.
Si
alguien me hubiera visto, pensaría que bailaba.
Es
posible que haya tenido los ojos abiertos.
Que
haya caído mirando hacia la ciudad.
Wisława Szymborska (Polonia,
1923 – 2012).
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