Pintura y poesía

Pintura y poesía

viernes, 30 de septiembre de 2016

Gabriela Mistral. Mis libros.

Muchacha en Biblioteca
Óleo sobre lienzo
Jean Baptiste Charpentier (1779-1835)

    Libros, callados libros de las estanterías,
vivos en su silencio, ardientes en su calma;
libros, los que consuelan, terciopelos del alma,
y que siendo tan tristes nos hacen la alegría!

    Mis manos en el día de afanes se rindieron;
pero al llegar la noche los buscaron, amantes,
en el hueco del muro donde como semblantes
me miran confortándome aquellos que vivieron.

    ¡Biblia, mi noble Biblia, panorama estupendo,
en donde se quedaron mis ojos largamente,
tienes sobre los Salmos las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi corazón enciendo!

    Sustentaste a mis gentes con tu robusto vino
y los erguiste recios en medio de los hombres,
y a mí me yergue de ímpetu sólo el decir tu nombre;
porque de ti yo vengo, he quebrado al Destino.

    Después de ti, tan sólo me traspasó los huesos
con su ancho alarido, el sumo Florentino.
A su voz todavía como un junco me inclino;
por su rojez de infierno, fantástica, atravieso.

    Y para refrescar en musgos con rocío
la boca, requemada en las llamas dantescas,
busqué las Florecillas de Asís, las siempre frescas.
¡Y en esas felpas dulces se quedó el pecho mío!

    Yo vi a Francisco, a Aquel fino como las rosas,
pasar por su campiña más leve que un aliento,
besando el lirio abierto y el pecho purulento,
por besar al Señor que duerme entre las cosas.

    ¡Poema de Mistral, olor a surco abierto
que huele en las mañanas, yo te aspiré embriagada!
Vi a Mireya exprimir la fruta ensangrentada
del amor, y correr por el atroz desierto.

    Te recuerdo también, deshecha de dulzuras,
verso de Amado Nervo, con pecho de paloma,
que me hiciste más suave la línea de la loma,
cuando yo te leía en mis mañanas puras.

    Nobles libros antiguos, de hojas amarillentas,
sois labios no rendidos de endulzar a los tristes,
sois la vieja amargura que nuevo manto viste:
¡desde Job hasta Kempis la misma voz doliente!

    Los que cual Cristo hicieron la Vía-Dolorosa,
apretaron el verso contra su roja herida,
y es lienzo de Verónica la estrofa dolorida;
¡todo libro es purpúreo como sangrienta rosa!

    ¡Os amo, os amo, bocas de los poetas idos,
que deshechas en polvo me seguís consolando,
y que al llegar la noche estáis conmigo hablando,
junto a la dulce lámpara, con dulzor de gemidos!

    De la página abierta aparto la mirada
¡oh muertos! y mi ensueño va tejiéndoos semblantes:
las pupilas febriles, los labios anhelantes
que lentos se deshacen en la tierra apretada.


De Desolación, 1922.



Gabriela Mistral (Chile, 1889 – 1957). 


1945

jueves, 29 de septiembre de 2016

Li Bai o Li Po (李白). Conversación en la montaña.

Flores de durazno en primavera
Wen Zhengming (文徵明, 1470–1559)
Tinta sobre papel
Museo provincial de Liaoning, Shenyang, China.

¿Me preguntas por qué habito
en estas colinas verdes jade?
Yo sonrío. No hay palabras para expresar
el sosiego de mi corazón.
¡Que fascinante la flor del melocotón
arrastrada por la corriente del agua!
Aquí vivo en otro reino
más allá del mundo de los hombres.

Li Bai o Li Po - 李白 (China, dinastía Tang, 701 – 762).

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Juan Gonzalo Rose. Los malos poemas.

Muchacha escribiendo una carta de amor (1755)
Pietro Antonio Rotari (Italia, 1707-1762
Óleo sobre lienzo
Museo Norton Simon, Pasadena, California, Estados Unidos.

No los destruyas.
No los eches
al pozo de los cielos.

Tal vez ellos retornen
después que la belleza
se haya ido.

Cuando la soledad
camine libremente
de la cama hasta el patio
y mi casa parezca
-al ojo del infante-
algún enorme erizo.

Entonces,
quizás entre sus líneas
descubras un instante
inadvertido;
la palabra extraviada
en domingos zoológicos;
algo más verdadero que lo hermoso.

Nadie sabe.
Consérvalos.

Cambia tu piel. También
la piel del mundo.
Pero el poema queda
guardando su misterio.

Tal vez no hay en tu cuerpo
-todavía-
esa única lámpara
con la que puedes verlo.

Juan Gonzalo Rose (Perú, 1928 - 1983).

martes, 27 de septiembre de 2016

Claudio Rodríguez García. Hilando ("La hilandera de espaldas", del cuadro de Velázquez).


Las hilanderas (1657)
Diego Velázquez (España, 1599 - 1660)
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional del Prado, Madrid, España.

Detalle de Las hilanderas de Velázquez



Tanta serenidad es ya dolor.
Junto a la luz del aire
la camisa ya es música, y está recién lavada,
aclarada,
bien ceñida al escorzo
risueño y torneado de la espalda,
con su feraz cosecha,
con el amanecer nunca tardío
de la ropa y la obra. Este es el campo
del milagro: helo aquí,
en el alba del brazo,
en el destello de estas manos, tan acariciadoras
devanando la lana:
el hilo y el ovillo,
y la nuca sin miedo, cantando su viveza,
y el pelo muy castaño
tan bien trenzado,
con su moño y su cinta;
y la falda segura; sin pliegues, color jugo de acacia.

Con la velocidad del cielo ido,
con el taller, con
el ritmo de las mareas de las calles,
está aquí, sin mentira,
con un amor tan mudo y con retorno,
con su celebración y con su servidumbre.

Claudio Rodríguez García (España, 1934 – 1999). 

lunes, 26 de septiembre de 2016

Attila József. Corazón puro.

Monumento a Attila József a orillas del Danubio, junto al parlamento 
Budapest, Hungría.

No tengo ni padre ni madre,
no tengo ni patria ni Dios,
no tengo ni cuna ni sudario,
no tengo ni sombra de amor.

Hace tres días que no como
siquiera un pedazo de pan.
El poder de mis veinte años
se lo venderé al mejor postor.

Y si nadie quiere comprármelo
al diablo se lo ofreceré.
Robaré, puro el corazón,
y, si es preciso, mataré.

Seré atrapado y luego ahorcado.
La santa tierra me cubrirá
y la fatal hierba crecerá
desde mi hermoso y puro corazón.

Versión de Fayad Jamís con modificaciones parciales de Lucas Sarasibar, a partir de la traducción directa del magyar al inglés de John Bátki.

Fuente: Sarasibar, Lucas. Poesía húngara del siglo XX, especial de Enfocarte.com, en: http://www.enfocarte.com/2.13/especial.html

Attila József (Hungría, 1905 – 1937)

domingo, 25 de septiembre de 2016

Marta Alberca. Paula.

Madre e hija (detalle de Las tres edades de una mujer, 1905)
Gustav Klimt (Austria, 1862 - 1918)
Óleo sobre tela
Museo Nacional de Arte Moderno, Roma, Italia.


Tu infancia es un regalo
que descubro cada día renovado.
Con pequeñas cintas de colores
envuelves diferente mi temida rutina:
obligado es ser feliz
cuando nada se parece a ayer
cuando tu intocado mundo
deleita los pocos momentos que tengo para contemplarte.

Haces hermosa la palabra inevitable,
pues inevitablemente me sorprendes con la aurora.
Corazón,
 pequeña rodeada de brazos,
despliego esas alas que tengo partidas,
y protejo tu hogar y tu lecho,
mientras garabateas tus vivencias,
en mi álbum del alma.

Pero te alejarás con pasos de hada,
sin ruido te adentrarás en el lejos,
antes de que despierte de mi sueño
y no me necesites en tu abrazo.


Marta Alberca (España, 1967).

sábado, 24 de septiembre de 2016

Darío Jaramillo Agudelo. Nocturno.

Puesta de sol en Etretat (1883)
Claude Monet (Francia, 1840 - 1926)
Óleo sobre lienzo
Museo de Bellas Artes de Nancy, Meurthe y Mosela, Lorena, Francia.

Naufraga el sol, entre colores se hunde llevándose el contorno preciso de las cosas,
se corren las cortinas de este cuento.
El azul era azul y es ahora negro.
Detrás de la pared negra de la noche queda el día: a veces, la grieta que abre un rayo 
                                                                deja ver la luz de tres de la tarde en la trastienda.
Pero ahora es la noche, dama negra, luna blanca, hora del sortilegio y del asalto, 
                                                                                 del dulce sueño, del huevo o la gallina.
Se dice que la noche habita en el fondo de los mares. La noche es líquida. 
La noche es humedad, aguacero que se desata entre relámpagos, nubes ciegas 
                                                                                                                    que chocan en la oscuridad,
es pantano arrastrado por tinieblas,
la noche son los ríos depositando limo en los océanos,
la noche es humedad, sudor de cuerpos, saliva de lujuria, semen, savia reciclando oxígeno.

Darío Jaramillo Agudelo (Colombia, 1947). 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Diego Maquieira Astaburuaga. Rapto de la Catedral de Cuzco.

Máxima velocidad de la Madonna de Rafael (1954)
Salvador Dalí (España, 1904 - 1989)
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España.

I

Veníamos en nuestros Harrier desblindados
en descenso vertical continuo
volando parados de frente
desde donde las cavernas del firmamento
absorbían corrientes curvas
de otras mentes más desapercibidas.
Veníamos a llevarnos la catedral del Cuzco
a alta mar la mansión de Dios subida arriba
de nuestro portaviones El Caravaggio.
Cuarenta anclas con cadenas de espesor
comenzaron a arrastrar la catedral
mientras levantábamos con los Harrier
por ocho costados desde los cimientos
para que pesara como un Lipchitz.
Y mientras la sacábamos del Cuzco a remolque
íbamos dejando un cráter de ancho rastro
que cabía una doble fila de ríos jordanes
hasta que metimos la catedral al mar
rodeada de boyas
y ayudados por esclusas contra mareas
la subimos a cubierta para zarpar.
Y por durante la mañana de anoche
con la catedral ya arriba de El Caravaggio
y con el mar soltando las amarras
entramos los Harrier a la nave central
y los hacíamos volar por dentro
y pasearse en el aire y como muy educados
haciéndoles visitas a los santos.


II

Ya allá desplazándonos de mar a mar
después de haber volado al filo del infinito
y desde sobre el espacio exterior
donde quedaba el cielo invisible
y de mil meses de andar solados
surcando el cautiverio de los astros
y aunque no sabíamos los que hacíamos
de nuevo dimos a fraguar la eucaristía
de subir a nuestros desasosegantes Harrier
con sensores de guía afinada y refuerzos
y llevar al fin la catedral a la desconocida
volando a muy altas descargas de iridio
y ahí sujetándola en medio de las estrellas
ver salir a Dios de sus confines
mientras metidos en la quilla de El Caravaggio
vivíamos el amor con agravantes
y hacíamos olas que se levantaban
del mar como espaldas de hombres salvajes
sacudiéndoles la vida.

Diego Maquieira Astaburuaga (Chile, 1951). 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Pedro Antonio González. XXIX (de Asteroides).

Los jugadores de cartas (1894 - 1895)
Paul Cézanne (1839 - 1906)
Óleo sobre lienzo
Museo de Orsay, París, Francia.

Apoyo la cabeza en mi antebrazo
y de homérico júbilo me inundo.
Veo, al fin, en las heces de mi vaso
como un náufrago ruin flotar el mundo

¡El mundo es ya un cadáver! Él se escombra
dejando el rastro funeral del miasma.
No es ya más que el sarcasmo de una sombra,
no es ya más que la sombra de un fantasma.


¡El mundo es ya un cadáver! Puesto, entonces,
que yo no cupe en él, ni él en mi cupo,
y él siempre a traición me hundió sus bronces,
¡Justo es que yo lo escupa, y yo lo escupo!

Pedro Antonio González (Chile, 1863 – 1903). 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Pablo Neruda. Con Quevedo, en primavera.

Primavera (1922)
Fray Guillermo Blutler (Argentina, 1880 - 1961)
Temple sobre cartón
Museo Municipal de Bellas Artes Juan Butler Castagnino, Rosario, Santa Fe, Argentina.

Todo ha florecido en 
estos campos, manzanos, 
azules titubeantes, malezas amarillas, 
y entre la hierba verde viven las amapolas. 
El cielo inextinguible, el aire nuevo 
de cada día, el tácito fulgor, 
regalo de una extensa primavera. 
Sólo no hay primavera en mi recinto. 
Enfermedades, besos desquiciados, 
como yedras de iglesia se pegaron 
a las ventanas negras de mi vida 
y el sólo amor no basta, ni el salvaje 
y extenso aroma de la primavera. 

Y para ti qué son en este ahora 
la luz desenfrenada, el desarrollo 
floral de la evidencia, el canto verde 
de las verdes hojas, la presencia 
del cielo con su copa de frescura? 
Primavera exterior, no me atormentes, 
desatando en mis brazos vino y nieve, 
corola y ramo roto de pesares, 
dame por hoy el sueño de las hojas 
nocturnas, la noche en que se encuentran 
los muertos, los metales, las raíces, 
y tantas primaveras extinguidas 
que despiertan en cada primavera.


Pablo Neruda (Chile, 1904 – 1973)


1971

martes, 20 de septiembre de 2016

Miguel de Unamuno. Vendrá de noche.

 Hombre dormido (1945)
Enrique Grau Araújo (Colombia, 1920 - 2004)
Óleo sobre tela 
Museo de Arte del Banco de la República, Bogotá, Colombia.

Vendrá de noche cuando todo duerma,
vendrá de noche cuando el alma enferma
se emboce en vida,
vendrá de noche con su paso quedo,
vendrá de noche y posará su dedo
sobre la herida.

Vendrá de noche y su fugaz vislumbre
volverá lumbre la fatal quejumbre;
vendrá de noche
con su rosario, soltará las perlas
negro sol que da ceguera verlas,
¡todo un derroche!

Vendrá de noche, noche nuestra madre,
cuando a lo lejos el recuerdo ladre
perdido agujero;
vendrá de noche; apagará su paso
mortal ladrido y dejará al ocaso
largo agujero…

¿Vendrá una noche recogida y vasta?
¿Vendrá una noche maternal y casta
de luna llena?
Vendrá viniendo con venir eterno;
vendrá una noche del postrer invierno…
noche serena…

Vendrá como se fue, como se ha ido
-suena a lo lejos el fatal ladrido-,
vendrá a la cita;
será de noche mas que sea aurora,
vendrá a su hora, cuando el aire llora,
llora y medita…

Vendrá de noche, en una noche clara,
noche de luna que al dolor ampara,
noche desnuda,
vendrá… venir es porvenir… pasado
que pasa y queda y que se queda al lado
y nunca muda….

Vendrá de noche, cuando el tiempo aguarda,
cuando la tarde en las tinieblas tarda
y espera al día,
vendrá de noche, en una noche pura,
cuando del sol la sangre se depura,
del mediodía.

Noche ha de hacerse en cuanto venga y llegue,
y el corazón rendido se le entregue,
noche serena,
de noche ha de venir… ¿él, ella o ello?
De noche ha de sellar su negro sello,
noche sin pena.

Vendrá la noche, la que da la vida,
y en que la noche al fin el alma olvida,
traerá la cura;
vendrá la noche que lo cubre todo
y espeja al cielo en el luciente lodo
que lo depura.


Vendrá de noche, sí, vendrá de noche,
su negro sello servirá de broche
que cierra el alma;
vendrá de noche sin hacer ruido,
se apagará a lo lejos el ladrido,
vendrá la calma…
vendrá la noche….

Miguel de Unamuno (España, 1864 – 1936). 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Mario Benedetti. Por qué cantamos.

Cantando
Heberth Román (Bolivia, 1949)

Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones

los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil

usted preguntará por qué cantamos

si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza

usted preguntará por qué cantamos

si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro

usted preguntará por que cantamos

cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río, suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino

cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos

cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota

cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta

cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.



Mario Benedetti (Uruguay, 1920 – 2009)