Pintura y poesía

Pintura y poesía

domingo, 31 de julio de 2016

Pedro Salinas. ¡Qué gran víspera el mundo!

Serena
Félix Mas (Barcelona, España, 1836)
Serigrafía

¡Qué gran víspera el mundo!
No había nada hecho.
Ni materia, ni números,
ni astros, ni siglos,… nada.
El carbón no era negro
ni la rosa era tierna.
Nada era nada, aún.
¡Qué inocencia creer
que fue el pasado de otros
y en otro tiempo, ya
irrevocable, siempre!
No, el pasado era nuestro:
no tenía ni nombre.
Podíamos llamarlo
a nuestro gusto: estrella,
colibrí, teorema,
en vez de así, “pasado”;
quitarle su veneno.
Un gran viento soplaba
hacia nosotros minas,
continentes, motores.
¿Minas de qué? Vacías.
Estaban aguardando
nuestro primer deseo,
para ser en seguida
de cobre, de amapolas.
Las ciudades, los puertos
flotaban sobre el mundo,
sin sitio todavía:
esperaban que tú
les dijeses: “Aquí”,
para lanzar los barcos,
las máquinas, las fiestas.
Máquinas impacientes
de sin destino, aún;
porque harían la luz
si tú se lo mandabas,
o las noches de otoño
si las querías tú.
Los verbos, indecisos,
te miraban los ojos
como los perros fieles,
trémulos. Tu mandato
iba a marcarles ya
sus rumbos, sus acciones.
¿Subir? Se estremecía
su energía ignorante.
¿Sería ir hacia arriba
“subir”? ¿E ir hacia dónde
sería “descender”?
Con mensajes a antípodas,
a luceros, tu orden
iba a darles conciencia
súbita de su ser,
de volar o arrastrarse.
El gran mundo vacío,
sin empleo, delante
de ti estaba: su impulso
se lo darías tú.
Y junto a ti, vacante,
Por nacer, anheloso,
Con los con los ojos cerrados,
Preparado ya el cuerpo
Para el dolor y el beso,
con la sangre en su sitio,
yo, esperando
¡ay, si no me mirabas!
a que tú me quisieses
y me dijeras: “Ya”.

13, de La voz a ti debida.


Pedro Salinas (España, 1891 – 1951).

sábado, 30 de julio de 2016

Emilio Prados. El cuerpo en el alba.

Mañana en el mar (1883)
Iván Aivazovsky (Rusia, 1817 - 1900)
Óleo sobre lienzo
Museo de la República de Bielorrusia.

Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.

Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla
de la presencia hermosa del futuro.

Antes, el alma vi nacer
y acudí a salvarla,
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.

Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma
en su libertad
al pensamiento de lo bello.

Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura
como noche nublada
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio…

Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir.

Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.

Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda.

Miro mi pensamiento
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.

Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite
que antes me perseguía,
sino también como vosotros mismos,
cielo hermoso y azul,
tierra tendida…

Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.


de Jardín Cerrado

Emilio Prados (España, 1899 – 1962).

jueves, 28 de julio de 2016

Juan Ramón Jiménez. Octubre.

Campo arado (Arles, 1888)
Vincent Van Gogh (1853 - 1890)
Óleo sobre tela
Museo Van Gogh, Amsterdam, Países Bajos.

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
el infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente

Pensé en arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
el ancho surco del terruño tierno,
a ver si con partirlo y con sembrarlo,

la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.


Juan Ramón Jiménez (España, 1881, 1958).

1956

miércoles, 27 de julio de 2016

Luis Cernuda. Si el hombre pudiera decir.

Cerca del lago (1879 - 80)
Pierre-Auguste Renoir (Francia, 1841 - 1919)
Óleo sobre tela
Instituto de Arte de Chicago, Estados Unidos.

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


de Los placeres prohibidos

Luis Cernuda (España, 1902 – 1963). 

martes, 26 de julio de 2016

Pablo Neruda Poema 20 (de Veinte poemas de amor y una canción desesperada).

Hombre solo
Juan Nicieza Lavilla (Oviedo, España, 1976)

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos
           árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis
          brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.



Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda (Chile, 1904 – 1973). 


1971

lunes, 25 de julio de 2016

XXXVIII de El guardador de Rebaños. Alberto Caeiro (Fernando Pessoa).

 
Campo de trigo con segador y sol (1889)
Vincent Van Gogh (1853 - 1890)
Óleo sobre lienzo
Museo Kröller-Müller

Bendito sea el mismo sol de otras tierras
que hace hermanos míos a todos los hombres
porque todos los hombres, un momento del día, lo miran como yo,
y en ese puro momento,
todo limpio y sensible,
regresan imperfectamente
y con un suspiro que apenas sienten
al Hombre verdadero y primitivo
que veía al Sol nacer y aún no lo adoraba.
Porque eso es natural, más natural
que adorar al sol y después a Dios
y después a todo lo demás que no existe.


Traducción de Ángel Campos Pámpano


Alberto Caeiro, heterónimo de Fernando Pessoa (Portugal 1888 - 1935).

domingo, 24 de julio de 2016

Jorge Luis Borges. 1964.

La Nostalgia (1948)
Antonio Berni (Argentina, 1905 - 1981)
Óleo sobre tela
Ministerio de Industria de la Nación, Buenos Aires, Argentina.

I

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.


II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.


Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899 – 1986). 


sábado, 23 de julio de 2016

Gonzalo Rojas. Materia de testamento.

 Henri Cordier (1883)
Gustave Caillebotte (Francia, 1848 - 1894)
Óleo sobre lienzo
Museo de Orsay, París, Francia.

A mi padre, como corresponde, de Coquimbo a Lebu, todo el mar,
a mi madre la rotación de la Tierra,
al asma de Abraham Pizarro aunque no se me entienda un tren de humo,
a don Héctor el apellido May que le robaron,
a Débora su mujer el tercero día de las rosas,
a mis 5 hermanas la resurrección de las estrellas,
a Vallejo que no llega, la mesa puesta con un solo servicio,
a mi hermano Jacinto, el mejor de los conciertos,
al Torreón del Renegado donde no estoy nunca, Dios,
a mi infancia, ese potro colorado,
a la adolescencia, el abismo,
a Juan Rojas, un pez pescado en el remolino con su paciencia de santo,
a las mariposas los alerzales del sur,
a Hilda, l'amour fou, y ella está ahí durmiendo,
a Rodrigo Tomás mi primogénito el número áureo del coraje y el alumbramiento,
a Concepción un espejo roto,
a Gonzalo hijo el salto alto de la Poesía por encima de mi cabeza,
a Catalina y Valentina las bodas con hermosura y espero que me inviten,
a Valparaíso esa lágrima,
a mi Alonso de 12 años el nuevo automóvil siglo XXI listo para el vuelo,
a Santiago de Chile con sus 5 millones la mitología que le falta,
al año 73 la mierda,
al que calla y por lo visto otorga el Premio Nacional,
al exilio un par de zapatos sucios y un traje baleado,
a la nieve manchada con nuestra sangre otro Nüremberg,
a los desaparecidos la grandeza de haber sido hombres en el suplicio y haber muerto cantando,
al Lago Choshuenco la copa púrpura de sus aguas,
a las 300 a la vez, el riesgo,
a las adivinas, su esbeltez
a la calle 42 de New York City el paraíso,
a Wall Street un dólar cincuenta,
a la torrencialidad de estos días, nada,
a los vecinos con ese perro que no me deja dormir, ninguna cosa,
a los 200 mineros de El Orito a quienes enseñé a leer en el silabario de Heráclito, el encantamiento,
a Apollinaire la llave del infinito que le dejó Huidobro,
al surrealismo, él mismo,
a Buñuel el papel de rey que se sabía de memoria,
a la enumeración caótica el hastío,
a la Muerte un crucifijo grande de latón.


De Materia de testamento, 1988.

Gonzalo Rojas (Chile, 1916 – 2011). 

viernes, 22 de julio de 2016

David Rosenmann-Taub. La víspera.

Armonía en rojo (1908)
Henri Matisse (Francia, 1869 - 1954)
Óleo sobre tela
Museo del Hermitage, San Petersburgo, Federación Rusa.

—¿Vinieron ellos?
—Sí.
—¿También Él?
—Sí, también.
—¿Cenaron ellos?
—Sí.
—¿Y Él,
dime,
y Él
cenó,
dime,
cenó?
—No sé,
no sé.
              *
            *      *

Yo sí lo sé, y, también, la cena, que se heló.

David Rosenmann-Taub (Chile, 1927). 

jueves, 21 de julio de 2016

Alejandro López Andrada. La ventana.

Patio Cordobés 2
Jesús Fernández Romero
Óleo sobre lienzo
Sevilla, España.

Antes de abrir de nuevo la ventana,
quiero tocar
despacio las arrugas, los surcos
que la noche abandonó
en la fragilidad de tus pupilas.
La sencillez
fue alzando entre tus ojos
paredes de piedad. En la penumbra
de los pasillos,
toco el resplandor
de tu mirada de agua. No te has ido.
Nunca te retiraste.
Me habitabas,
como aún me habitas hoy. Siempre decías,
cuando te visitaba:
“Acércate,
quiero tenerte al lado”. ¿Lo recuerdas?
Los días del invierno se llevaron
tus lágrimas de arcilla, tus silencios.
Mas déjame que ahora, en este instante,
cuando mis dedos abran la ventana
pueda tocar tu voz
para dejarla
como una flor de música en las piedras,
en esas piedras blancas del corral,
donde aún respiras
limpio,
como entonces. Debo decírtelo:
a veces, llego al patio
y creo observar palabras de aquel tiempo
flotando en el granado,
porque estás -aún suenan tus pisadas
entre los lirios-,
y, ahora, de nuevo,
cuando florece el aire y en el corral vibran las golondrinas,
te siento aquí, a mi lado:
en el murmullo
de las abejas vuelvo a estar contigo.

Alejandro López Andrada (España, 1957).