Pintura y poesía

Pintura y poesía

jueves, 17 de noviembre de 2016

Santiago Espinosa. Distante cercanía.

Indios con cacomixtle (Padre e hijos) (1832)
Alfredo Ramos Martínez (México, 1871 - 1946)
Temple, crayón conté y carbón sobre papel
Colección privada

Distante cercanía

Te veo de frente
padre,
sentado en el bar de los sesenta,
y busco tus pasos rectos
en las huellas de la nieve.
Las nuevas de un joven
que hablaba del progreso
-Whisky, algo de soda-,
y leía las revistas de vanguardia.
Era tu nariz el trazo de la mía:
no había porque temerle a la sangre
cuando la sangre corre.

Entrabas a la casa, lejano.
Hacías sonar las puertas con tu andar tortuoso.
Sabíamos, padre, que algo tenías de perseguido
que a tu espalda la curvaban
los múltiples adioses.
Entrabas, con tu bastón de roble,
y en los pasillos
por el biombo chinesco
un suave olor de eucalipto impregnaba la casa.
Allí aprendimos que hay parte de daño,
parte de asceta
tras el digno silencio de los árboles.

Acreedores. Bancos. Tipos de sombra adusta.
Pero siempre hubo tiempo para entrar al cuarto,
a oscuras,
y dejar un billete doloroso
en la mesa de noche.
Hubo para comprar los discos
-un rincón para no huir más-
lejos del ruido y los escombros.

Y así, mirándote sin verte.
Sabiendo de ti por la música
que lenta
llegaba del estudio, respirándote,
nos enteramos de un mundo
que era menos cansado.
Pues era la historia un hacer fila, ¿recuerdas?
y no este fatigar entre difuntos.

Ahora, a la distancia, hojeo los libros
de segunda mano. Durrell, Stendahl,
y tus subrayados a tres tintas.
Así supe de tu amor por el paisaje,
que te gustaba el erotismo
sin ninguna culpa. Que aquello que te rondaba
era también un cuerpo.

Y el libro abierto, rumoreando a solas.
Cruzan tus sueños a caballo
dejando en los rincones de la casa
algo de niebla,
algo de los aplausos que ellos, tus amigos,
te supieron aplazar. 

Padre, no era esta tierra de cálculo
un lugar para ti, y quizás no era para nadie.
Mas nunca olvidaste al niño de los campos,
eras uno con la noche
cabalgando en Santander.
Te negaste a desmontar las bestias
cuando tus piernas lo quisieron.

No hubo muchos abrazos. Sólo una distante cercanía.
Pero decirte que el café sigue humeante en la cocina,
como la hoguera que un ángel prolonga
y las vidas alimentan.
Que tus nudillos rotundos
siguen golpeando a mi puerta,
con un pocillo, la sonrisa de siempre,
y apagas cada una de las luces.
Tu, padre, y el verde olor del accidente,
sus calmantes de eucalipto. 

Decirte que era duro.
Que tus caídas nos dolían hasta los huesos
pero había que mantener la dureza.
Envidio tus ejemplos de silencio.
La odiosa calma que no heredé.

No hubo muchos abrazos. Tampoco tragos compartidos.
Y sin embargo, lo sé,
habremos de asomarnos a la misma música
mientras se hilvana la vida en paralelo.
¿No oyes los barcos, su aviso en los parlantes?
¿El amplio mar y los pájaros que vuelan al reencuentro?
Tu con tus planos, la placas tectónicas. Yo y mis cuadernos,
pero oigámosla, padre, una vez más,
antes de que una tierra sin palabras, menos geológica,
blandamente nos reúna.


Santiago Espinosa (Colombia, 1985).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar. Tu comentario será leído y publicado pronto.