Pintura y poesía

Pintura y poesía

miércoles, 31 de agosto de 2016

Li Bai o Li Po (李白). Alabanza al vino.

Robo de la tinaja de vino
Qui Baishi (China, 1864 - 1957)

No amara el cielo el generoso vino 
el «astro-vino» en la serena noche
no diera al hombre el celestial derroche
de su fulgor lejano purpurino.
Ni roja fiesta en tibia primavera
llenara de alegría las campiñas
si el jugo embriagador no nos lo diera
el alma tierra con sus dulces viñas.
Si cielo y tierra el vino te ofreciera
¿Por qué temer tan santa borrachera?
Hubo famosos sabios borrachines;
con tres copas no más el cielo se abre
y es tuyo el universo y sus confines.
Es un rapto fugaz a lo ignorado
que al abstemio infeliz nunca le es dado. 

Li Bai o Li Po - 李白 (China, dinastía Tang, 701 – 762).

martes, 30 de agosto de 2016

Carlos Sahagún. Cosas inolvidables.

 
Obra de la serie guerra civil española (1935 - 1945)
Demetrio Urruchúa (Argentina, 1902 - 1978)

Pero ante todo piensa en esta patria,
en estos hijos que serán un día
nuestros: el niño labrador, el niño
estudiante, los niños ciegos. Dime
qué será de ellos cuando crezcan, cuando
sean altos como yo y desamparados.
Por mí, por nuestro amor de cada día,
nunca olvides, te pido que no olvides.
Los dos nacimos con la guerra. Piensa
lo mal que estuvo aquella guerra para
los pobres. Nuestro amor pudo haber sido
bombardeado, pero no lo fue.
Nuestros padres pudieron haber muerto
y no murieron. ¡Alegría! Todo
se olvida. Es el amor. Pero no. Existen
cosas inolvidables: esos ojos
tuyos, aquella guerra triste, el tiempo
en que vendrán los pájaros, los niños.
Sucederá en España, en esta mala
tierra que tanto amé, que tanto quiero
que ames tú hasta llegar a odiarla. Te amo,
quisiera no acordarme de la patria,
dejar a un lado todo aquello. Pero
no podemos insolidariamente
vivir sin más, amarnos, donde un día
murieron tantos justos, tantos pobres.
Aun a pesar de nuestro amor, recuerda.


de Como si hubiera muerto un niño, 1959

Carlos Sahagún (España, 1938 – 2015).

Attila József. Duele mucho.

Dolor agudo
Baruch Elron (1934 - 2005)

De la muerte,
que te acecha por dentro y por fuera
(asustado ratón, corre a tu agujero),

huyes apasionado
hacia aquella que amas
para que te proteja con brazos, rodillas, y senos.

No sólo sus senos te atraen,
cálidos y blandos; no sólo

la pasión: la necesidad también.
Por eso besan
con la sangre ardiendo en sus venas
todos aquellos que encuentran mujer.

Es una doble carga
y un doble tesoro para el hombre.
Quien ama y no logra hacerse amar,

es tan desamparado
como una fiera herida
sin asilo ni refugio.

Ya no tienes otra salida
aunque bien hubieras podido
matar a tu madre antes del parto.

Pero mira: hubo una mujer
que comprendía estas palabras,
y, no obstante, me echó de su lado.

Así pues, no tengo lugar
entre los vivos. La cabeza me zumba;
mi dolor y ansiedad, son un enredo.

Soy como el niño que,
dejado solo por sus padres,
agita un sonajero entre sus dedos.

¿Qué podría hacer yo
por ella y contra ella?
No me avergüenza imaginarlo

pues el mundo rechaza
a los que el sueño atemoriza
y son cegados por el día claro.

De mí se despoja
la cultura, como de sus ropas
aquel que en amor es dichoso.

¿Pero dónde está escrito
que tenga que sufrir solo
mientras ella me contempla estremecido por la muerte?

Sufre el recién nacido
con su madre en el parto:
el dolor se disminuye al compartirlo.

En cuanto a mí,
el canto doloroso solo me traerá dinero
acompañado por vergüenza y agonía.

¡Socorredme chiquillos!,
que cuando ella pase
revienten vuestros ojos puros.

¡Inocentes niños!,
chillad como si os pisoteasen, por favor,
y decidle: ¡Duele mucho!

¡Perros fieles!,
caed bajo las ruedas
y ladradle: ¡Duele mucho!

¡Mujeres embarazadas!,
abortad vuestra carga,
y lloradle: ¡Duele mucho!

¡Hombres íntegros!
cambiad golpes brutales
y gemidle: ¡Duele mucho!

¡Y vosotros, muchachos!
que os destrozáis por mujeres,
no lo calléis: ¡Duele mucho!

Toros, caballos,
que para uncir al yugo castran,
bramadle: ¡Duele mucho!

Peces mudos, morded
el anzuelo bajo el agua helada
y boqueadle: ¡Duele mucho!

Y vosotros, vivientes,
conmovidos por el dolor,
que ardan vuestros techos y surcos,

y, en torno de su lecho,
calcinados, mascullad conmigo
mientras ella duerme: ¡Duele mucho!

Que mientras viva lo escuche.
Ha rechazado lo mejor de sí misma. Ella ha actuado mal,
y por su comodidad ha despojado de este mundo


el último refugio
de un hombre que trata de esconderse
por dentro y por fuera.

Versión de Fayad Jamís con modificaciones parciales de Lucas Sarasibar, a partir de la traducción directa del magyar al inglés de John Bátki.

Attila József (Hungría, 1905 – 1937). 

Fuente: Sarasibar, Lucas. Poesía húngara del siglo XX, especial de Enfocarte.com, en: http://www.enfocarte.com/2.13/especial.html

lunes, 29 de agosto de 2016

Carlos Sahagún. Canción de infancia.

Muchachos cogiendo fruta (1778)
Francisco de Goya (España, 1746 - 1828)
Óleo sobre lienzo (de la segunda serie de cartones para tapices)
Museo del Prado, Madrid, España.

Para que sepas lo que fui de niño
voy a decirte toda la verdad.
Para que sepas cómo fui, aún guardo
mi retrato de entonces junto al mar.

Playa de arena, corazón de arena
hubiera yo querido en tu ciudad.
Que te faltase como me faltaba
-le llamaron post-guerra al hambre- el pan.

Tú con tu casa de muñecas vivas
llenando los rincones de piedad.
Yo, capitán con mi espada de palo,
matando de mentira a los demás.

Si hubieras sido niña rodeada
por todas partes, ay, de soledad,
yo te habría buscado hasta encontrarnos,
hasta ponernos los dos a llorar.

Juntos los dos. Que tu madre nos diga
aquel cuento que no tiene final.
Despertar de la infancia no quisimos
y no sé quién nos hizo despertar.

Pero hoy, que hemos crecido tanto, vamos,
dame la mano y todo volverá.
Somos dos niños que a la vida echaron.
Muchacha -niña-, empieza a caminar.

De Como si hubiera muerto un niño, 1959.

Carlos Sahagún (España, 1938 – 2015). 

domingo, 28 de agosto de 2016

Luis Rogelio Nogueras. Ama al cisne salvaje.

Cisnes (1885)
Berthe Morisot (Francia, 1841 - 1895)
Pastel sobre papel
Museo Marmottan Monet, París, Francia.

No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la noche).
No remuevas el agua de la laguna no respires.
Para ser tuyo tendría que morir.

Confórmate con su salvaje lejanía
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete en la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne salvaje.

Luis Rogelio Nogueras (Cuba, 1944 – 1985). 

sábado, 27 de agosto de 2016

Claudio Rodríguez García. El fuego del hogar.

Tostadas en el fogón (1902)
Carlton Alfred Smith (Reino Unido, 1853 - 1946)
Acuarela

Aún no pongais las manos junto al fuego
Refresca ya, y las mías
están solas; y qué importa, si luego
vais a venir, que se me queden frías.
Entonces qué rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo subirá, como si el sueño
toda la vida se prendiera. ¡Rama
que no dura, sarmiento que un instante
es un pajar y se consume, nunca,
nunca arderá bastante
la lumbre, aunque se haga con estrellas!
Este al menos es fuego
de cepa y me calienta todo el día.

Manos queridas, manos que ahora llego
casi a tocar, aquella, la más mía,
¡pensar que es pronto y el hogar crepita,
y está ya al rojo vivo,
y es fragua eterna, y funde, y resucita
aquel tizón, aquel del que recibo
todo el calor ahora,
el de la infancia! Igual que el aire en torno
de la llama también es llama, en torno
de aquellas ascuas humo fui. La hora
del refranero blanco, de la vieja
cuenta, del gran jornal siempre seguro.
¡Decidme que no es tarde! Afuera deja
su ventisca el invierno y está oscuro.
Hoy o ya nunca más. Lo sé. Creía
poder estar aún con vosotros, pero
vedme, frías las manos todavía
esta noche de enero
junto al hogar de siempre. Cuánto humo
sube. Cuánto calor habré perdido.
Dejadme ver en lo que se convierte,
olerlo al menos, ver dónde ha llegado
antes de que despierte,
antes de que el hogar esté apagado.

de Conjuros, 1958


Claudio Rodríguez García (España, 1934 – 1999). 

viernes, 26 de agosto de 2016

Jaime Huenún. Cisnes de Rauquemo.

El cisne amenazado (hacia 1650)
Jan Asselijn (Países Bajos, 1610 - 1652)
Óleo sobre lienzo
Rijksmuseum, Amsterdam, Países Bajos.

Buscábamos hierbas medicinales en la pampa
(limpiaplata y poleo, yerbabuena y llantén).
El sol era violeta, se escarchaban los pastos.
Bajaba el Rahue oscuro, ya sin lumbre de peces.

Oímos mugir vacas perdidas en la Vega,
y el ruido de un tractor camino a Cancha Larga.
Llegamos hasta el río y pedimos balseo,
un bote se acercó silencioso a nosotros.

Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes,
y unos tragos de pisco para aguantar el frío.
Nadamos muy ligero para no acalambrarnos.
La neblina cerraba la vista de la orilla.

En medio del junquillo dos cuerpos de agua dulce,
blancos como dos lunas en la noche del agua,
doblaron sus dos cuellos de limpia plata rotos,
esquivando sin fuerza los golpes y el torrente.

Cada uno tomó un ave de la cola o las patas
y remontó hacia el bote oculto entre los árboles.
Los hombres encendieron sus linternas de caza
y arrojaron en saco las presas malheridas.

Nos marchamos borrachos, emplumados de muerte,
cantando unas rancheras y orinando en el viento.
En mitad de la pampa nos quedamos dormidos,
cubriéndonos de escarcha, de hierba y maleficios.

de Ceremonias

Jaime Huenún (Chile, 1967). 

jueves, 25 de agosto de 2016

Gustavo Adolfo Bécquer. Rima LIII.

 
El vuelo de las golondrinas (1913)
Giacomo Balla (1871 - 1958)
Témpera sobre papel


  Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
        jugando llamarán.

  Pero aquellas que el  vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
        ¡esas... no volverán!

  Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
        sus flores se abrirán.

  Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
        ¡esas... no volverán!

  Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
        tal vez despertará.


  Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
        ¡así... no te querrán!

Gustavo Adolfo Bécquer (España, 1836 – 1870). 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Vicente Aleixandre. Lenta humedad.

Puesta de sol en el Sena en Lavacourt, efecto de invierno (1880)
Claude Monet (Francia, 1840 - 1926)
Óleo sobre lienzo
Petit Palais, Museo de Bellas Artes de la ciudad de París, Francia.

Sombra feliz del cabello
que se arrastra cuando el sol va a ponerse,
como juncos abiertos- es ya tarde;
fría humedad lasciva, casi polvo-.
Una ceniza delicada,
la secreta entraña del junco,
esa delicada sierpe sin veneno
cuya mirada verde no lastima.
Adiós. El sol ondea
sus casi rojos, sus casi verdes rayos.
Su tristeza como frente nimbada,
hunde. Frío, humedad; tierra a los labios.



de La destrucción o el amor

Vicente Aleixandre (España, 1898 – 1984). 

1977

martes, 23 de agosto de 2016

Pedro Lezcano. La Maleta.

La maleta
Óleo sobre tela
Valencia, España.

Ya tengo la maleta,
una maleta grande, de madera:
la que mi abuelo se llevó a La Habana,
mi padre a Venezuela.
La tengo preparada: cuatro fotos,
una escudilla blanca, una batea,
un libro de Galdós y una camisa
casi nueva.
La tengo ya cerrada y rodeándola
un hilo de pitera.
Ha servido de todo. Como banco
de viajar en cubierta,
y como mesa y, si me apuran mucho,
como ataúd me han de enterrar en ella.
Yo no sé dónde voy a echar raíces.
Ya las eché en la aldea.
Dejé el arado y el cuchillo grande,
las cuatro fanegadas de la vieja…
- La hostelería es buena, me dijeron.
Y cogí la bandeja.-
Sí señor, no señor, lo que usted mande,
servida está la mesa…
Yo por vivir entre los míos hago
lo que sea.
Vi a las mujeres pálidas del norte
arrebatarse como hogueras
y llevarse las caras como platos
de mojo con morena,
tanto que aquí no dejan ni rubor
para tener vergüenza…
Vi vender nuestras costas en negocios
que no hay quién los entienda:
vendía un alemán, compraba un sueco,
¡y lo que se vendía era mi tierra!
Pero no importa, me quedé plantado.
Aquí nací, de aquí nadie me echa.
(Hasta que el otro día lo he sabido,
y he hecho de nuevo la maleta.)
He sabido que pronto van a venir de afuera
técnicos de alambrar los horizontes,
de encadenar la arena,
de hacer nidos de muerte en nuestras fincas,
de emponzoñar el aire y la marea,
de cambiar nuestros timples por tambores,
las isas por arengas,
las palabras de amor por ultimátums,
por tumbas las acequias…
Si se instalan los técnicos del odio
sobre nuestras laderas,
los niños africanos, desvelados
bajo la lona de sus tiendas,
mirarán con horror las siete islas,
no como siete estrellas,
sino como las siete plagas bíblicas,
las siete calaveras
desde donde su muerte, y nuestra muerte,
indefectiblemente se proyectan.
Yo por mi parte cojo la maleta.
La maleta que el viejo
se llevó a las Américas
en un barquillo de dos proas,
¡Qué valientes barquillas atuneras!
Tienen dos proas, una a cada lado,
para que nunca retrocedan.
Vayan a donde vayan siempre avanzan.
¿Quién dijo popa? ¡Avante a toda vela!
Y yo…voy a marcharme, reculando.
Voy a dejar que crezca
sobre esta tierra mía
toda la mala hierba.
Voy a volver la espalda al forastero
que vendrá con sus máquinas de guerra
para ensuciar de herrumbre las auroras,
de miedo las conciencias…
Pensándolo mejor, voy a sacarde la vieja maleta
el libro, la escudilla, la camisa,
la batea, voy a pintar y a barnizar de nuevo
su gastada madera,
voy a quitarle el hilo y a ponerle
la cerradura nueva.
Y con ella vacía me acercaré a La Isleta,
y al primer forastero de la muerte
que llegue a pisar tierra
se la regalo, para siempre suya,
y que la use y nunca la devuelva.
¡No quiero más maletas en la historia de la insular miseria!
Ellos, ellos, que cojan ellos la maleta.
Los invasores de la paz canaria
que cojan la maleta.
Los que venden la tierra que no es suya
que cojan la maleta.
Los que ponen la muerte en el futuro
¡que cojan la maleta!
¡Que cojan la maleta,
que cojan para siempre la maleta!

Pedro Lezcano (España, 1920 – 2002). 

lunes, 22 de agosto de 2016

Jorge Teillier. Lewis Carrol.


Un profesor de matemáticas de Oxford
El reverendo Dogson
Ligeramente tartamudo y zurdo
Nos deja en la primera casilla de otro mundo
Allí para el unicornio somos monstruos fabulosos
Y se oye el ruido de armaduras
De caballeros que piensan mejor cuando están cabeza abajo

El señor Dogson pasea con tres niñitas
Tal vez sueña fotografiarlas desnudas
Pero estamos en el siglo XIX
En plena Era Victoriana
Y se contenta con escribir cartas festivas
Con narrarles historias
Sobre el otro lado del espejo
y ver fluir sus tiernos rostros en el atardecer de una barca

El nombre de Alicia significa ahora Aventura
Y cuando lleguemos a la octava casilla
Empezaremos a ser reyes
En un juego que ya no vamos a olvidar.

De Para un pueblo fantasma, 1978.

Jorge Teillier (Chile, 1935 – 1996). 

domingo, 21 de agosto de 2016

Armando Uribe Arce. Elogio de la piedra.

La piedra en el agua
Zoila (Santander, España, 1953)
Óleo sobre lienzo

Oh tentación de hacerme agua en el agua
y desaparecer el agua en agua.
Volverme con los círculos, elogio
de la piedra que baja a la profunda
oscuridad, sin voz; volverme círculo
sin voz que bajo piedras se desliza. 


Armando Uribe Arce (Chile, 1933)

sábado, 20 de agosto de 2016

Gloria Fuertes. Nota biográfica.

Mujer escribiendo (1934)
Pablo Picasso (España, 1881 - 1973)
Óleo sobre tela

Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.

Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.

Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.

de Antología y poemas del suburbio, 1954.

Gloria Fuertes (España, 1917 – 1998).