Pintura y poesía

Pintura y poesía

jueves, 23 de junio de 2016

Claudio Rodríguez García. Nocturno de la casa ida.

 
Casa blanca en la noche (1890)
Vincent Van Gogh (1853 - 1890)
Óleo sobre lienzo
Museo del Hermitage, San Petersburgo, Federación Rusa.

Es la hora de la puesta,
cuando el olor del viento de levante
está perdiendo intimidad, y apenas
si una cadencia a pino joven, a humo
de caserío, a heno,
a luz muy poco amiga
que está perdiendo poco a poco su alma
entre codicia y libertad en torno
a las nubes de falsa platería,
y mis pies destemplados
andando antes de tiempo
en la sublime soledad, en la alta
sequía, este olor claro
me orienta y da...
Estoy llegando tarde. Es lo de siempre.
Llega el deseo de la claridad,
del silencio maldito ya muy cerca
como aleteo en lunación de alba.
Y no hay manera de salvar la vida.
Y no hay manera de ir donde no hay nadie.
Voy caminando a sed de cita, a falta
de luz.
Voy caminando fuera de camino
¿Por qué el error, por qué el amor y dónde
la huella sin piedad?
Ahora que estoy mirando el cielo verdadero
aquí, a la vuelta
de esta calle,¿qué pasa?
¡Si se me cae encima como entonces
y lo que era infinito y aventura
y la velocidad de la inocencia
y el resplandor de lo que fue prodigio
y que me dio serenidad y ahora
tanta alegría prisionera!... Quiero
sostenerlo un momento, levantarlo
con la mirada, hasta
con la respiración, con el latido,
cielo a cielo,
vida a vida.
Se está haciendo de noche. Y qué más da.
Es lo de siempre pero todo es nuevo.
Tiembla como un sagrado
rocío, ya muy lejos
de los sentidos.
Hay un suspiro donde ya no hay aire,
hay un secreto haciéndose más claro
entre maldad de cuna y la primicia
del trébol de esta noche
de San Juan, la más clara
del año: la naranja
de junio.
Y las estrellas de blancura fría
en el espacio curvo
de la gravitación, y la temperatura,
las leyendas de las constelaciones,
la honda palpitación del cielo entero
y su armonía sideral y ciencia,
están entrando a solas
con un dominio silencioso y bello,
vívido en melodía
en esta casa.
Está entrando la noche, está sonando
en cada grieta, en cada fisura,
en cada ladrillo bien cocido a fuego,
en la pared con fruto con tensión hueca en temple,
en la arena del cuarzo,
en la finura de la cal, el yeso,
el hormigón traslúcido,
la arcilla ocre con el agua dentro,
el hierro dulce...
Es la desconfianza en la materia.
Es la materia lejos de los hombres
que no se hace a sí misma y se está haciendo.
Es la materia misma la que miente
como la avena loca del recuerdo,
como el delirio del cristal nocturno,
las ventanas del cielo,
presentimiento de la soledad.
Ven noche mía, ven, ven como antes
vivifica y deslumbra
tanto tiempo.
¿Dónde el crisol sin lúpulo
del horno de la oración, de la ofrenda y del rito?
¿Dónde el cielo recién aparecido
y recién sorprendido
por las estrellas que son siempre jóvenes?
Pero ya sin destino ahora mi cuerpo,
aún muy al filo de la media luz,
pierde armonía.
Y esta casa es un templo como la noche abierta
en música y en cruz,
la vibración del tallo del almendro,
la piel de la manzana
y la ceniza blanca, ya sin humo,
la miel sin muerte del romero, el rubio
gallo de pluma fina,
el arco iris de trucha,
el ámbar de los ojos y el aullido
del lobo de Sanabria,
la cocina y la anguila
de Navidad, la nata
y la harina pequeña...
es la germinación bien soleada
de las ramas en rezo y desafío
entre bautismo y réquiem,
junto a dinero y sexo.
Ve la fulminación, la exhalación,
el sepulcro vacío y el sudario doblado,
la sábana de lino,
la reverberación de la resina,
de la mirra y el áloe
en el cuerpo desnudo ya sin tiempo
como polvo estelar y profecía,
con un temblor de manatial nosturno
violeta y azul.
Esta casa, esta noche
que se penetran y se están hiriendo
con no sé qué fecundidad, qué agua
ciega de llama
con trasparencia y trasfiguración,
con un silencio que ya no veré nunca.
¡Canten por fin las puertas y ventanas
y las estrellas olvidadas, cante
la luz del alma que hubiera querido,
lo volandero que es lo venidero
como canto de alondra en esta noche
de la mañana de San Juan y suene
la flauta nueva de las tejas curvas
en la casa perdida;
suene el olor a ala y a pétalo de trébol,
y la penumbra revivida, suenen
el arpa y el laúd junto al destello
de las sábanas, junto
al ojo y la yema
de un solo de violín, ágil de infancia;
suenen la escala, el tiempo, los arpegios,
los nudos y las cuerdas, la resonancia seca
de cada mueble y cada sueño,
los anillos del polvo y la madera
de la familia a oscuras,
la danza de las voces, el tañido
de la traición!
Suene por fin este aire de planicie
hasta que se abra la mañana entera,
hasta que ahora se abra, se está abriendo
no sé qué gratitud,
qué crueldad en flor.
Esta casa, esta noche...
Dejadme en paz. Adiós. Ya es nuevo día.

(De Casi una leyenda, 1991)


Claudio Rodríguez García (España, 1934 – 1999)

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