Pintura y poesía

Pintura y poesía

jueves, 31 de diciembre de 2015

Julio Cortázar. Happy new year.

Fuegos artificiales
Aída Rivas Rivas
Acuarela sobre papel
España


Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Julio Cortázar (Argentina, 1914 – 1984)

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Roberto Juarroz. 3 (de Duodécima Poesía Vertical).

Noche de verano (Inger en la playa)
Edvard Munch
Óleo sobre lienzo
Colección Rasmus Meyer, Bergen, Noruega.

Periódicamente
es necesario pasar lista a las cosas
comprobar otra vez su presencia.

Hay que saber si todavía están allí los árboles
si los pájaros y las flores continúan su torneo inverosímil
si las claridades escondidas siguen suministrando la raíz de la luz
si los vecinos del hombre se acuerdan aún del hombre
si dios ha cedido su espacio a un reemplazante
si tu nombre es tu nombre o es ya el mío
si el hombre completó su aprendizaje de verse desde afuera.

Y al pasar lista es preciso evitar un engaño
ninguna cosa puede nombrar a otra

Nada debe reemplazar a lo ausente.

Roberto Juarroz (Argentina, 1925 – 1995)

martes, 29 de diciembre de 2015

Andrés Anwandter. Claves para un monólogo de dos.

Adiós a la Ira
Leonid Afremov
Óleo (espátula) sobre lienzo

Caminábamos oscuros por la noche sola
de la mano de unos versos que cosían la boca
con un par de puntos a favor del silencio
-un juego de palabras-, la lengua
se hacía un nudo de hilo, para enredar
la metáfora de esas citas nocturnas
que se llevaban a cabo en parques
cuyos nombres convertíamos en claves
o cruces para marcar el mapa
de nuestros desaciertos.

Andrés Anwandter (Chile, 1974)

lunes, 28 de diciembre de 2015

Rubén Darío. Sonatina.

Princesa Amelia
Sir William Beechey
Óleo sobre tela
Colección Real del Reino Unido

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor»

Rubén Darío (Nicaragua, 1867 – 1926)


domingo, 27 de diciembre de 2015

Jaime Sabines. Tía Chofi.

Anciana esperando
Judy Kirouac
Acrílico sobre tela

Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
con tus setenta años de virgen definitiva, 
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. 
Hiciste bien en morirte, tía Chofi, 
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso, 
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste, 
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba 
que querías morirte y te aguantabas. 
¡Hiciste bien! 
Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos, 
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, 
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple, 
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. 
¡Te siento tan desamparada, 
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina, 
sin quien te dé un pan! 
Me aflige pensar que estás bajo la tierra 
tan fría de Berriozábal, 
sola, sola, terriblemente sola, 
como para morirse llorando. 
Ya sé que es tonto eso, que estás muerta, 
que más vale callar, 
¿pero qué quieres que haga 
si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte? 

Ah, jorobada, tía Chofi, 
me gustaría que cantaras 
o que contaras el cuento de tus enamorados. 
Los campesinos que te enterraron sólo tenían 
tragos y cigarros, 
y yo no tengo más. 
Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, 
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido. 
Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste. 
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida 
a todos. Pedías para dar, desvalida. 
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas 
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos. 
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida 
te repetías incansablemente 
y eras la misma cosa siempre. 
Fácil, como las flores del campo 
con que las vecinas regaron tu ataúd, 
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte. 

Sofía, virgen, antigua, consagrada, 
debieron enterrarte de blanco 
en tus nupcias definitivas. 
Tú que no conociste caricia de hombre 
y que desjaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos, 
tú, casta, limpia, sellada, 
debiste llevar azahares tu último día. 
Exijo que los ángeles te tomen 
y te conduzcan a la morada de los limpios. 
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz, 
que la muerte recoja tu cabeza blandamente 
y que cierre tus ojos con cuidados de madre 
mientras entona cantos interminables. 
Vas a ser olvidada de todos 
como los lirios del campo, 
como las estrellas solitarias; 
pero en las mañanas, en la respiración del buey, 
en el temblor de las plantas, 
en la mansedumbre de los arroyos, 
en la nostalgia de las ciudades, 
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta. 

Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, 
con una cruz pequeña sobre tu tierra, 
estás bien allí, bajo los pájaros del monte, 
y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.


Jaime Sabines (México, 1926 – 1999)

sábado, 26 de diciembre de 2015

Manuel del Cabral. Trópico Picapedrero.

Los picapedreros
Gustave Courbet
Óleo sobre lienzo
Obra destruida durante la segunda guerra mundial.


Hombres negros pican sobre piedras blancas, 
tienen en sus picos enredado el sol. 
Y como si a ratos se exprimieran algo... 
lloran sus espaldas gotas de charol. 

Hombres de voz blanca, su piel negra lavan, 
la lavan con perlas de terco sudor. 
Rompen la alcancía salvaje del monte, 
y cavan la tierra, pero al hombre no. 

De las piedras salta, cuando pica el pico, 
picadillo fatuo de menudo sol, 
que se apaga y vuelve cuando vuelve el pico 
como si en las piedras reventara Dios. 
Dentro de una gota de sudor se mete 
la mañana enorme —pero grande no— 
Saltan de los cráneos de las piedras chispas 
que los pensamientos de las piedras son. 

Y los hombres negros cantan cuando pican 
como si ablandara las piedras su voz. 
Mas los hombres cavan, y no acaban nunca... 
cavan la cantera: la de su dolor. 

Contra la inocencia de las piedras blancas 
los haitianos pican, bajo un sol de ron. 
Los negros que erizan de chispas las piedras 
son noches que rompen pedazos de sol. 

Hoy buscando el oro de la tierra encuentran 
el oro más alto, porque su filón 
es aquel del día que pone en los picos 
astillas de estrellas, como si estuvieran 
sobre la montaña picoteando a Dios.

Manuel del Cabral (República Dominicana, 1907 - 1999)

viernes, 25 de diciembre de 2015

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero. La Rosa del Jardinero.

Rosas al sol
Juan Francisco González
Óleo sobre tela
Museo Nacional de Bellas Artes, Chile.

Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
        de cristal;
era a su borde asomada,
una rosa inmaculada
        de un rosal.
Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
        del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
        para él.

A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.
Y al notar el jardinero
que faltaba en el rosal,
cantaba así, plañidero,
receloso de su mal:

—Rosa la más delicada
que por mi amor cultivada
        nunca fue;
rosa, la más encendida,
la más fragante y pulida
        que cuidé;
blanca estrella que del cielo
curiosa del ver el suelo
        resbaló;
a la que una mariposa
de mancharla temerosa
        no llegó.

¿Quién te quiere? ¿Quién te llama
por tu bien o por tu mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?

¿Tú no sabes que es grosero
el mundo? ¿Que es traicionero
        el amor?
¿Que no se aprecia en la vida
la pura miel escondida
        en la flor?
¿Bajo qué cielo caíste?
¿A quién tu tesoro diste
        virginal?
¿En qué manos te deshojas?
¿Qué aliento quema tus hojas
        infernal?
¿Quién te cuida con esmero
como el viejo jardinero
        te cuidó?
¿Quién por ti sólo suspira?
¿Quién te quiere? ¿Quién te mira
        como yo?

¿Quién te miente que te ama
con fe y con ternura igual?
¿Quién te llevó de la rama,
que no estás en tu rosal?
¿Por qué te fuiste tan pura
de otra vida a la ventura
        o al dolor?
¿Qué faltaba a tu recreo?
¿Qué a tu inocente deseo
        soñador?
En la fuente limpia y clara
¿espejo que te copiara
        no te di?
¿Los pájaros escondidos,
no cantaban en sus nidos
        para ti?
¿Cuando era el aire de fuego,
no refresqué con mi riego
        tu calor?
¿No te dio mi trato amigo
en las heladas abrigo
        protector?
¿Quién para sí te reclama?
¿te hará bien o te hará mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?


Así un día y otro día,
entre espinas y entre flores,
el jardinero plañía
imaginando dolores,
desde aquel en que a la fuente
un caballero llegó
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero (España, 1871 – 1938 / 1873 – 1944)



jueves, 24 de diciembre de 2015

Félix Lope de Vega. Las pajas del pesebre.

La adoración de los Reyes Magos
Peter Paul Rubens
Óleo sobre lienzo
Museo El Prado, Madrid, España.


Las pajas del pesebre 
niño de Belén 
hoy son flores y rosas, 
mañana serán hiel. 
Lloráis entre pajas, 
del frío que tenéis, 
hermoso niño mío, 
y del calor también. 
Dormid, Cordero santo; 
mi vida, no lloréis; 
que si os escucha el lobo, 
vendrá por vos, mi bien. 
Dormid entre pajas 
que, aunque frías las veis, 
hoy son flores y rosas, 
mañana serán hiel. 
Las que para abrigaros 
tan blandas hoy se ven, 
serán mañana espinas 
en corona cruel. 
Mas no quiero deciros, 
aunque vos lo sabéis, 
palabras de pesar 
en días de placer; 
que aunque tan grandes deudas 
en pajas las cobréis, 
hoy son flores y rosas, 
mañana serán hiel. 
Dejad en tierno llanto, 
divino Emmanuel; 
que perlas entre pajas 
se pierden sin por qué. 
No piense vuestra Madre 
que ya Jerusalén 
previente sus dolores 
y llora con José; 
que aunque pajas no sean 
corona para rey, 
hoy son flores y rosas, 
mañana serán hiel.

Félix Lope de Vega (España, 1562 – 1653)


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Darío Jaramillo Agudelo. Algún día.

 
Los enamorados
Pierre-Auguste Renoir
Óleo sobre lienzo
Galería Nacional de Praga, República Checa.

Algún día escribiré un poema
que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores,
que no tenga jazmines o magnolias.

Algún día te escribiré un poema sin pájaros
ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.

Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar
los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.

Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré
un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones,
con la intensidad estrujada de tu abrazo.

Algún día escribiré un poema, el canto de mi dicha



Darío Jaramillo Agudelo (Colombia, 1947)

martes, 22 de diciembre de 2015

Matsue Shigeyoni (Ishu) - Kitamur Kigin - Shigeji Tsuboi - Tatsuko Hoshino - Hiroshi Naito - Yotsuya Ryu. Haikús de verano.

Pájaros y flores de primavera y verano
Kano Eino / 
狩野永納筆
Acuarela sobre papel
Museo de Arte Suntory, Osaka, Japón.

Matsue Shigeyoni (Ishu), (Japón, 1596-1670)

En las altas hierbas del verano
Solos avanzan
Los bastones de los peregrinos

Kitamur Kigin (Japón, 1624-1705)

Es la pobreza del verano.
Responde ella
antes de estallar en lágrimas

Shigeji Tsuboi (Japón, 1897 – 1975)

(fragmento de El Fruto)

Una tormenta viene desde lejos
Limpia el calor que resta del verano.
Un azul celestial llena la atmósfera
Y nosotros
Nos preparamos para el nuevo espíritu.

Tatsuko Hoshino (Japón, 1903 -1984)
Generoso verdor
En el plato en verano
Mucha verdura
¡Tan blancos
los rostros
que observan el arco iris!

Hiroshi Naito (Japón, 1950)

Enamorados del cielo del verano
Los Budas
Se reúnen

Yotsuya Ryu (Japón, 1958)

Mi corazón bate
como una bandada
de golondrinas
Amanecer de verano.
La neblina viene
en forma de zapato
Azucenas
erguida en un florero
¡Hermana menor del trueno!




lunes, 21 de diciembre de 2015

Miguel Hernández. Ante la vida, sereno.

Guerrero desnudo con una lanza
Théodore Géricault
Óleo sobre lienzo
Galería Nacional, Washington, Estados Unidos.

Ante la vida, sereno
Y ante la muerte, mayor;
Si me matan, bueno:
Si vivo, mejor.

No soy la flor del centeno
Que tiembla al viento menor.
Si me matan bueno:
Si vivo, mejor.

Aquí estoy, vivo y moreno,
De mi estirpe defensor.
Si me matan, bueno:
Si vivo, mejor.

Ni al relámpago ni al trueno
Puedo tenerles temor.
Si me matan, bueno:
Si vivo, mejor.

Traidores me echan veneno
Y yo les echo valor.
Si me matan, bueno:
Si vivo, mejor.

El corazón traigo lleno
De un alegre resplandor.
Si me matan, bueno:
Si vivo, mejor.

Miguel Hernández (España, 1910 – 1942)